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Leyenda del Puerto del Pico

La leyenda de la calzada romana del Puerto el Pico  

Cuentos y Leyendas

La leyenda de la calzada romana del Puerto el Pico

Pues esto era hace mucho, mucho tiempo, tanto que ni siquiera estaba puesto el camino y puentes para cruzar la sierra. Entonces la gente subía y cruzaba por dónde podía o sabía. Ya que  andar por la sierra sin conocerla, era y es muy peligroso. Tanto que te puede costar la vida.

Tan solo los pastores de este Valle del Tiétar, se organizaban para subir el ganado en el estío. Para bajar poco aprovechando la barda de las barreras, hasta bajar en la invernada a las dehesas de la orilla el río. El camino no era demasiado largo. En una jornada se pueden llevar los ganados de los pastos de invierno a los de verano. Pero era mucho más peligroso de lo que es ahora. Ya no solo por la falta de caminos, sino por los cortados y profundos barrancos, capaces de tragarse picos enteros de cabras.

A lo que hay que añadir los muchos osos, lobos y águilas reales. Que agazapados en la orilla del bosque, atacaban a las reses haciendo muchas muertes. También decían que al otro lado de la sierra andaban los demonios sueltos.Por eso es que los pastores se reunían, para defenderse mejor y también para no perderse. Y lo hacían dos veces al año. El día de la noche más corta, para subirlas a los ricos cerbunales de la sierra. Y el día en el que caía la primera gran nevada en la sierra, para bajarlas al valle. Esos días se juntaban todos los pastores en lo que hoy es Ramacastañas, y una vez reunidos echaban a andar para arriba o para abajo. Y así cada año.

Pero un año, se unió a los pastores, otro muy joven que vivía en una majada con sus padres ya ancianos en La Lagunilla -a pocos kilómetros de Candeleda- Este zagal no había subido nunca al otro lado de la sierra. Era la primera vez que llevaba las cabras él solo, y estaba muy nervioso. Tenía en una novia en Vegalazarza, con la que se iba a casar cuando bajara en la invernada y no quería perder ni a una chiva.

Como él era el que venía de más lejos, cuando llegó a Ramacastañas ya estaban todos los demás pastores allí, preparados para subir y cruzar la sierra. Y como era costumbre subir en el mismo orden de la llegada. A este le tocó subir en último lugar. Así que los primeros en llegar empezaron a subir pinpianito, y los demás se iban uniendo en perfecto orden. Cuando los primeros en salir ya estaban en lo alto de la sierra. Los últimos estaban por Las Torres del Colmenar.

Con todo a la hora de poner el puchero, ya estaban todos arriba. Y a la tarde cada uno en su puesto, reparando el chozo, la quesera y la enramada. Disponiéndolo todo para pasar la primera noche. Nuestro joven pastorcillo tardó un poco más, porque él tenía su chozo muy lejos. En Majalaescoba, cerca de las Cinco Lagunas. Un lugar maravilloso. Con abundantes pastos y muy buena agua. Solo necesitaba a su novia para tenerlo todo.

Durante todo el tiempo que estuvo pastoreando allá arriba, no hacía otra cosa que tallar con la punta de su navaja regalos para ella. Que si un mortero. Que si un almirecero. Que si un cucharón para remover la calabaza y un montón de cosas más, como era costumbre entre los cabreros. De los lobos y osos se encargaban los seis mastines que llevaba consigo. Y de las temibles águilas, su honda de cuero y tralla de lino. Y así se pasaron los días, luego las semanas, meses… hasta que una mañana d densa niebla, amaneció todo blanco. Había caído la primera gran nevada. Había que prepararlo todo para bajarse al valle.

La verdad es que los pastores ya estaban preparados unos días antes para bajar. Pues no me preguntéis como, siempre sabían cuando iban a caer las primeras nieves. Unos lo sabían observando las hojas de los árboles. Ya que cuando las hojas se cierran o se dan la vuelta están diciendo que va a nevar. Otros miraban el comportamiento de los animales más pequeños como las hormigas o las moscas. Otros por el color del cielo. El olor de la brisa en el alba y el atardecer. Y cosas así.

El caso es que nuestro pastorcillo a pesar de emprender la marcha, a buen paso poco antes de salir el sol. Como había mucha niebla, cada dos por tres se despistaba teniendo que deshacer varias veces el camino. Así que cuando llegó a los prados del Pico -que era el lugar en el que quedaban todos los pastores, para emprender el peligroso camino de bajada de la sierra- allí ya no quedaba ni un solo pastor. Estaba solo en la sierra, con una niebla que no se veía a dos pasos y rodeado de lobos y profundos barrancos.

Un sudor fío le corría por todo el cuerpo. No sabía qué hacer. Por un lado era tarde para regresar a su chozo en Majalaescoba. Y por otro él solo jamás podría bajar de la sierra. Tan solo las pisadas de los ganados de sus compañeros. Pero estos con la niebla eran imposibles de seguir. Y de seguirlos lo más probable sería que acabasen despeñados él y sus cabras con sus cinco mastines por cualquier barranco. Y lo peor de todo es que allí tampoco se podía quedar mucho tiempo. El viento en esa zona azota sin parar y no había ni siquiera piornales en los que refugiarse, todo eran prados y negros bosques.

El miedo empezó a comérselo poco a poco. Primero en las piernas impidiéndole andar. Y por último la cabeza que no paraba de darle vueltas, tan rápido, tan rápido, que no le dejaba pensar con claridad. Estando en estas, recordó una cosa que le había contado su abuela de niño, un día también de densa niebla. Ella le dijo que una vez de niña estando sola con las cabras al pie de la sierra en la zona de Los Ballesteros, le vino una niebla tremenda que no la dejaba ver lo que tenía delante de las narices. Invocó a la Virgen de chilla, y la rezó unas Salves para que la niebla se levantase. Y la niebla se levantó.

El pastorcillo se puso de rodillas e invocó a Nuestra Señora, pero a la hora de rezar. Que no se acordaba. Entre el miedo, la fría e incesante ventisca y lo desesperado que estaba por bajar al valle. Nada que cuando llegaba eso de; “…vida y dulzura, abogada nuestra… se atrancaba y atrancaba sin poder terminar la oración. Mientras la niebla parecía cada vez más y más densa. Cuando las cabras empezaron a barruntar la noche, el pastorcillo tuvo una reacción desesperada. Invocó al demonio. Y le dijo que le daría cualquier cosa, a cambio de que le bajase a él, a sus cinco mastines y a sus cabras, sanos y salvos al valle.

No le hizo falta insistir demasiado. El demonio que siempre anda por esas sierras, muy atento a cualquier desgracia. Acudió presto a la llamada. Al pastorcillo ya no le quedaba más miedo en el cuerpo, por eso cuando vio llegar al demonio, incluso se alegró. Y es que la soledad que se puede llegar sentir en la sierra no era nada, con la que estaba sintiendo él. el demonio se presentó muy atento y de preguntó por qué le llamaba.

El pastorcillo le contó y le dijo que si les bajaban a la seguridad del valle, le daría cuanto quisiera. El demonio porfió y le preguntó de nuevo;  dices que si te bajo al valle me darás lo que te pida. El pastorcillo le volvió a decir sí, que le daría cuanto pidiese. El demonio insistió por tercera vez; ¿Estás seguro, me das tu palabra? A lo que el pastorcillo respondió. Todo cuanto me pidas será tuyo. Y el demonio le dijo; Pues quiero tu alma.

El pastorcillo sin pensar en otra cosa que no  fuera bajar sano y reencontrarse con su novia, le dijo; Pues tuya sea. Pero por tan alto precio le puso una condición. Que tenía que llevarle con sus padres hasta su casa en La Lagunilla. Se dieron la mano, y el demonio le hizo firmar con  una gota de su sangre un contrato, para quedarse con su alma. Cuando lo hubo firmado el demonio empezó a desmontar canchales por aquí y por allá, haciendo un camino ancho y cómodo, todo el muy bien empedrado, y con tantos puentes como arroyos que cruzar. El demonio terminó el trabajo en un periquete. Cuando lo terminó le dijo al pastorcillo; ale ahí tienes un camino del que no te puedes salir ni perder, que desde aquí mismo, hasta la puerta de tu casa. Recuerda que debes tu alma y que iré a por ella.

El pastorcillo se dio cuenta de lo que había hecho. Pero ya era demasiado tarde para lamentos. Además la noche se le venía encima y tenía que bajar de allí sin perder más tiempo. Así que se despidieron los dos, el uno se quedó en la sierra y el otro bajó ligero por aquel camino tan ancho y bien empedrado que el demonio había hecho. Tanto corrió que a eso del abriquecer, llegó al final de camino, a la casa de sus padres donde vivía.

Los padres se pusieron muy contentos al verle con todas cabras y las chivas nuevas nacidas en la sierra. Pero la madre miraba y remiraba a su hijo. Pues como madre que era sabía que algo no iba bien. Que a su hijo le pasaba algo. Así que al terminar de cenar, le preguntó si le pasaba algo. Y el muchacho con la voz embazada, le contó lo que le había pasado en la sierra y lo del demonio. Ella le cogió en sus brazos y le dijo; Tu por eso no te preocupes, que cuando venga el demonio yo sabré que decirle. Anda vete a acostar que estarás cansado.  Le dio un beso en la frente, y oye, como si hubiera sido un bálsamo. Al poco se quedó dormido como un ceporro.

A la mañana siguiente, bien tempranito. El demonio llamó a la puerta. ¡Es el demonio madre, el demonio que viene por mi alma! Gritaba el pobre desesperado. Tú quédate ahí que de esto me encargo yo. Dijo la madre tan pancha, como si a la puerta llamase una vecina en vez del mismísimo demonio. Y se fue para la puerta como si nada.

Ave María Purísima. Le respondió el diablo, que todo lo sabe. Lo al menos eso se cree él.

Pues a qué voy a venir. Vengo a por lo que es mío. Dile a tu hijo que salga y que de su alma, que es mía.

¿Tuya el alma de mi hijo? ¿Y eso a que ton viene? A ti que te va a dar nada.

Entonces el demonio sacó el contrato. La mujer lo cogió y leyó bien releído lo menos dos veces. Luego mirando al demonio con cara retrechera, va y le dice;

Vamos a ver. Aquí pone que para darte su alma, tienes que hacer un camino para bajarle de la sierra a su casa. ¿Es así?

Pues porque esta no es su casa, es la mía y la de mi marido. A mi hijo como se va a casar con su novia, sin que ellos lo supieran. Entre mis consuegros y nosotros les hemos hecho y regalado una casa propia a medio camino de La Lagunilla y Vegalazarza. Y como el camino termina aquí, no allí en su verdadera casa, tú no has cumplido el trato. Así que ya te estás ospando de aquí antes de que me lie con la escoba en tus costillas. Ale vete pa allá a esos riscos y déjanos en paz.

Al demonio le salía fuego por las narices y las orejas. Aquella cabrera le había ganado. Cogió el rabo se lo metió entre las piernas y se fue a la sierra echando pestes. Pero sin el alma del pastorcillo, que se casó con su novia. Y volvió a subir y a bajar cientos de veces de un lado a otro de la sierra. Sin miedo a perderse gracias al buen camino que el demonio le hizo y que todos conocemos ahora como La Calzada Romana del Puerto el Pico. Pero tengo que deciros que me dijeron, que eso de romana nada. No se lo digáis a nadie, pero el que la hizo realmente en unos minutos fue el demonio. Lo que pasa es que para no nombrarle siquiera, con el tiempo se inventaron eso de los romanos.

NOTAS:
Esta historia, me la contó mi buena amiga Mercedes Chozas, de la hermosa villa de Candeleda. Pero he escuchado, al menos dos versiones más. Todas ellas muy parecidas. Una en la Parra, contada por el gran maestro Eduardo Tejero Robledo. Y otra en Pedro Bernardo de la voz del señor Crispín Blázquez. De las tres versiones, la que más me ha gustado siempre es la versión candeledana –un tanto adornada por el que escribe, que no truncada- por eso os la he contado. Ahora solo queda saber si os ha gustado (haciendo comentarios) por mi parte como siempre estoy deseando saber si alguno de vosotros o vosotras conocéis otras versiones de este mismo relato.

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