La música tradicional en el Valle del Tiétar o el folclore musical (y con él los trajes y la danza tradicional), ha sido hasta bien entrado el siglo XX, una parte fundamental en la vida de nuestros antepasados. No había acontecimiento de cualquier ámbito cotidiano tanto familiar como colectivo, en el que la música no formara parte fundamental.
En este curioso y peculiar valle, los condicionantes naturales e históricos, marcaron una fuerte impronta en la música tradicional del Valle del Tiétar.
Con la llegada de los árabes en el S. VIII, y sobre todo la posterior toma de los reinos de taifas en el siglo XIII, se fueron consolidando los núcleos poblacionales actuales, muchos de ellos ya ocupados con anterioridad, como pueda ser el caso de Arenas de San Pedro, Ramacastañas u Hontanares entre otros.
Lugares donde se han encontrado interesantes restos arqueológicos, cuyo testimonio demuestra una muy temprana humanización de estas tierras, restos como el dolmen de Lanzahita, las hachas magdalenienses de las cuevas de Castañarejo en Arenas de San Pedro, las pinturas rupestres y los castros celtas de Candeleda.
Hachas bifaces halladas en Ramacastañas, puntas de flecha de diferentes sílex del castro del Empedrao en Hontanares, molinos barquiformes, la necrópolis paleocristiana de Las Morillas en Cuevas del Valle…
Junto a los despoblados altomedievales de Las Torres en Gavilanes, la Corchuela en Candeleda, la Puebla en Mombeltran, los Llanos en Arenas de San Pedro, la calzada romana del Puerto el Pico, o las antaño prolíficas minas de hierro que dieron nombre a la comarca conocida como “las Ferrerías de Ávila” en vez de Valle del Tiétar; siendo las minas de La Tablá, en Arenas de San Pedro, las más impresionantes por la cantidad de escoria encontrada y las evidencias de explotaciones a cielo abierto y en gruta.
Todos ellos avales de una presencia humana ininterrumpida que remodeló el paisaje a través de los siglos, tras etapas de diferente densidad de población y según los acontecimientos históricos que se fueron sucediendo.
Utilizando y reutilizando todos ellos, como es lógico, los mismos recursos naturales disponibles en tan rico y especial entorno.
La música tradicional en el Valle del Tiétar
Esta tierra era perfecta para ser poblada, la disposición del Valle, que discurre de este a oeste, amparado por la muralla de los picos más altos del sistema Central y abierto a fecundas dehesas toledanas y cacereñas. La abundancia de agua, el benigno clima y microclimas y la diferente calidad de terrenos dependiendo de su altura.
Tenéis que imaginar, los que no conocéis estas tierras, que desde el fondo del valle a menos de trescientos metros de altura, respecto al nivel del mar, en apenas una veintena de kilómetros, asciende hasta los más de mil quinientos metros de los picos más altos de Gredos.
Si a esto añadimos una masa gran masa forestal, en la que abunda la caza mayor y menor, la pesca, además de recursos minerales; podremos hacernos una idea de por qué este valle ha estado habitado desde tan temprana edad.
Una zona ideal tanto para la cría intensiva de ganados, como para la agricultura frutícola intensiva y la apícola, en la qiue se podían obtener pingües beneficios gracias a los excedentes con los que mercadeaban e intercambian, con los habitantes de los valles vecinos del Tajo, Tormes, Adaja y Alberche.
Cereales, legumbres, intercambios que van más allá del mero mercantilismo en el caso de la sociedad pastoril, cabreros y vaqueros, ya que en estos casos y desde muy antiguo, los pastores de este valle tenían que asegurarse pastos tanto de invierno en las dehesas del valle del Tiétar, como de verano en las altas cumbres de Gredos, que muchas veces se conseguían, casándose jóvenes de uno y otro lado de la sierra.
Estos matrimonios eran interasados, que no por amor, salvo algunas excepciones. Ninguna moza quería vivir en un chozo aislada en los montes, bajando a las poblaciones solo una o dos veces al año en las fiestas, nochebuenas y poco más. Únicas ocasiones en que podían ser vistas fuera del ambito habitual, puesto que del abastecimiento y de la venta semanal de productos excedentes, los quesos por ejemplo, se encargaban siempre los hombres.
De hecho hoy en día algunas familias siguen subiendo la matanza al otro lado norte de la sierra, para «curarla» gracias al clima frío y seco serrano. Mientras que los serranos cuando bajaban al sur de Gredos, se aprovisionaban de vino, aceite, cera, miel, fruta, madera, etc.
Mi abuela y mi padre me han contado como ellos cambiaban los jamones de los serranos por tocino o aceite al peso. Tantos kilos de jamón por tantos de tocino o aceite de oliva.
Este intercambio era un vinculo entre las poblaciones de ambos lados de la sierra, en las que también se aprecia una curiosa diferencia lingüística, que marcará el carácter y ritmo de las canciones tradicionales.
El norte conserva un habla más castellana, mientras que en la cara sur mantenemos un deje propio, emparentado con el castúo extremeño, en el que la «C», por ejemplo se convierte en «F», diciendo «ferefa» en vez de «cereza», o la «R» en «L», diciendo «comel, bebel, cantal», en vez de «comer, beber, cantar…».
Además, en el Valle del Tiétar suelen desaparecer la «S» finales, aspirando la «J» y la «G». La mayoría de las poblaciones, no todas, son yeístas, esto es que pronuncian la «LL» como si fuera una «Y», o la «E» pronunciada como una «I», diciendo “cevil”, en vez de «civil»
Es curioso observar, como dentro del propio Valle hay localidades que mantienen algunas palabras, tonos y expresiones propias.
Esta diferencia, a la hora de hablar, entre las poblaciones de uno y otro lado de la sierra, y más aún entre las gentes del Valle del Tiétar, marcan como decía una impronta característica que por estas tierras se llama “el deje”, sin el cual sería imposible entonar las diferentes melodías ya que métrica y ritmo, así como la cadencia, van indisolublemente unidos a las formas de hablar características y propias de nuestras gentes.
Os pondré un ejemplo con una copla de recolección de aceitunas de Arenas de San Pedro, dice así escrita en castellano:
“Ya vienes de la aceituna, cara de quitar pesares, carita como la tuya, no anda por los olivares”.
Y escrita según el deje de Arenas de San Pedro sería así:
“Ya vieneh de la´cituna, cara de quital pesareh, carita como la tuya, no anda pol lo´livareh”.
Pues bien, si ahora intentáis cantar la copla en castellano veréis que os resulta imposible, no se ajusta con la métrica propia de la melodía.
Tan solo es posible cantarlas si se posee el deje propio del lugar.
Esto se observa mucho mejor en el cante de los Fandangos, en sus versiones locales de Rondeña, Malagueña y Verata. Dice un coplilla tradicional del Valle:
“Para cantal lah Veratah, se nesecita tenel, el eco d´una campana, y la voz d´una mujel, de esah que yaman serranah”.
A poco que miremos un poco por encima, nos daremos cuenta que buena parte de esta forma de hablar, lo que llamamos nuestro deje, nos viene dado por la enorme influencia hispanoárabe que corre de la sierra hacia el Tajo. A diferencia de la herencia fonética castellana de los pueblos de la cara norte de la misma sierra.
También de aquel tiempo alto y bajo medieval, nos viene dada otra importante influencia que se ve sobre todo en el romancero y cancionero tradicional.
Hablo del aporte sefardita, a las manifestaciones folclóricas y culturales de los habitantes del Valle del Tiétar.
No sabemos cuando llegaron a estas tierras, pero lo cierto es que sus juderías, pagaban impuestos al Obispado de Ávila, al menos desde el siglo XIII. Siendo algunas de ellas, como las de Mombeltran o la judería de Arenas de San Pedro, de las importantes de la provincia por el elevado número de judíos y sobre todo cristianos nuevos (judíos conversos) que moraban en estas tierras.
Tierras en las que gozaron de un poco de paz, y en las que la Inquisición no actuó como en otros lugares, siendo más que permisiva en este caso.
Julio Caro Baroja en su trilogía «Judíos en la España moderna y contemporánea», habla de estas excepciones de celo inquisidor en algunas zonas de España, poniendo como ejemplo a un judío converso arenense del siglo XVI, llamado Diego López de Arévalo y a un cristiano viejo llamado Juan Tostado.
El primero cabrero y el segundo tratante de ganados. Al parecer, el cristiano viejo quiso engañar al cristiano nuevo, “malcomprandole” unas cabras. El cristiano nuevo, al sentirse engañado, blasfemó diciendo cosas como: “Dad al diablo a San Miguel, que yo no como San Miguel”.
Lo que le sirvió para que el cristiano viejo le denunciara al Santo Oficio, cuya sede estaba en el convento de Agustinos Recoletos del Pilar de Arenas. La pena fue muy leve: acudir a una misa con cirio encendido, sobre todo teniendo en cuenta, como dice D. Julio, que este buen judío arenense era un blasfemo reincidente. De hecho no se conserva ninguna leyenda que hable mal o difame a los judíos, al contrario.
En Arenas de San Pedro, hay una calle con el nombre de “La Niña perdida”:
Cuenta la leyenda, que era hija de un cristiano nuevo de Arenas, un judío, y que un cristiano viejo borracho y malo, la violó y la mató tirándola a un pozo.
Sustrato este, el sefardita, que tras su forzosa conversión, pasó a formar parte integral e integrada de la sociedad en el valle.
No es esta la única muestra, ni la documentación existente, de quiénes, cuánto y cómo tributaban las aljamas judías (y moras) al Obispado y Concejos.
También se han conservados ritos puramente judíos, como la forma en la que tradicionalmente se han sacrificado las aves de corral que lejos de decapitarlas, sin más, a las aves se la agarraba fuertemente del pico, se las sujeta con el mismo bajo el brazo y con la otra mano, se las hacía un corte limpio en la coronilla o nuca, sujetando el ave “hasta dar la sangre”, esto es, hasta desangrarla, sangre que quedaba vertida sobre la tierra.
Interesante también es ver como los diferentes nobles de la tierra protegieron del mismo modo a sus judíos, como por ejemplo Juana de Pimentel, esposa de Álvaro de Luna, Condestable de Castilla y Maestre de Santiago o Beltrán de la Cueva, otro Condestable de Castilla, o los Condes de Zúñiga entre otros.
Incluso, ya no solo en las Villas de Arenas, La Adrada, Candeleda y Mombeltran; sino en gran parte de la provincia los judíos abulenses antes de ser obligados a irse o convertirse, participaban en las procesiones del Corpus Christi, acompañando a la solemne procesión y tañendo panderetas, cantando y bailando, como consta en no pocos documentos.
También nos han dejado retazos en el callejero, como el caso “del Barrio de Escalonilla”, donde estaba seguramente el cementerio judío, al ser tierras pobres para la agricultura y por lo tanto vírgenes, como precisaba un cementerio de estas características, además de estar alejado de la judería, lo que implicaba de forma indirecta, tener que pagar más dinero e impuestos, por los entierros.
Pero lo interesante es la etimología del nombre de «Escalonilla», diminutivo de «Escalona», palabra que viene de la palabra judía «Shalom» o «Eshalom». No es el único caso de herencia lingüística y cultural sefardita en estas tierras.
Los judíos del valle en general aunque en un principio vivieron en juderías, tras la expulsión, aquellos que se quedaron o que retornaron, no tardaron en mezclarse y diluirse con el resto de los repobladores y población indígena.
Eran gentes humildes, dedicadas a la ganadería y a la agricultura (la población hispanoárabe por su parte, solía dedicarse además a labores de construcción y a la manufactura de todo tipo de productos alfareros). También vivieron algunos judíos importantes, pero estos venían a desempeñar ciertos cargos, como el de controlar y llevar las cuentas de los impuestos por los derechos de paso de el Puerto el Pico, o el río Tiétar.
Cuentas que eras llevadas y dadas, por tesoreros hebreos al servicio de la corona castellana en tiempos de los Reyes Católicos.
Del mismo modo podíamos ir viendo a medida que le quitamos capas a nuestra historia y costumbres, lo que hemos dado en llamar patrimonio inmaterial o folclore de las aportaciones del mundo hispano árabe.
Sobresaliendo de manera espectacular en la música, que aún se recuerda con nombre propio: «Andaluxi». También en los instrumentos, como por ejemplo el Laúd o Ud, que hoy forma parte integrada de nuestros instrumentos tradicionales, pero que en su día fue una innovación.
Me pregunto qué dirían de esto los “talibanes del folclore”, los “gurús”, tan negacionistas a la perpetua, necesaria y lógica renovación de nuestro patrimonio cultural. Por suerte creo que en esos tiempos no existían tales censores.
Al igual que con la herencia sefardita, los hispano árabes del valle, nos dejaron un sinfín de topónimos por todo el territorio con su memoria: fuentes, cantos, riscos. El cerro del moro o de la mora abundan, junto con interesantes leyendas que van más allá de la propia ocupación islámica y que trataré en el apartado de cuentos y leyendas.
Incluso hay leyendas que hablan de fabulosos tesoros que dejaron escondidos tras la expulsión escalonada entre 1609 y 1613 por Felipe III.
En Guisando hay un dicho popular que dice: Entre las Carboneras y el Cobacho, los moros dejaron su oro”. Yo no sé si dejaron allí su oro o no, lo que si sé, es que más cerca, en algunas casas, si se han encontrado orzas de barro con monedas de oro y plata.
Un ejemplo que bien os puedo contar, es el caso de la bisabuela de mi amiga Laura Jiménez Jara, madre de Laureana y de Teodora, de Guisando:
Cuando casó a sus hijas dividió la gran casa en dos partes iguales, una para Teodora y la otra para Laureana.
Al picar en el planta baja en la zona de la cuadra, aparecieron dos orzas de barro, una sobre otra. La de arriba tenia tierra y ceniza y la de abajo monedas de oro.
También sé de un caso en un matanza, que cuando iban a subir al guarro a la mesa, una pata se hundió en el suelo rompiéndolo. Al ir a arreglarlo aparecieron las dos orzas.
En Arenas han aparecido algunas cosas en las muchas cuevas que hay en el subsuelo, muchas de ellas por desgracia cenegadas.
Tesoros que muchos han buscado y pocos hallado, y que si tenernos como ciertas algunas leyendas, aún nos esperan bajo el Puente Viejo del río Pelayos, en la cueva del Moro de Candeleda, dentro de un pino enorme de la Pinosa en Gavilanes, etc.
Otro aporte importante de aquellos hispanoárabes a la cultura tradicional de estas tierras, fueron los relacionados con los textiles y con la orfebrería de los que hablaré en profundidad en el apartado correspondiente.
Si me gustaría decir, que la comunidad morisca del valle tuvo que ser muy importante para la economía. Sobre todo en el alfoz de Mombeltran, villa cuyos alfares abastecían a las poblaciones de todo el valle y pueblos de los alrededores, y que pidió al rey que sus moriscos se quedaran, por el grave perjuicio que suponía su expulsión para las arcas municipales.
En el cancionero también quedan muchas e interesantes huellas del paso de los moriscos por estas tierras. Son tantas que me sería difícil enumerarlas todas, pero sirvan de ejemplo el «Romance de la mora cautica», que resultó no ser mora sino cristiana y hermana de su rescatador según el romance.
O «El de la Verde Oliva», «…dónde cautivaron a mis tres cautivas». Pero no solo hay romances, sino que en múltiples coplas de todo tipo de canciones aparecen referencias a las luchas entre moros y cristianos, cautivos, amores imposibles, sobre todo en las canciones de quintos.
Todo esto y más cosas, como nuestro carácter independiente y autosuficiente propio de un pueblo montañés, junto a las connotaciones propias y otras compartidas, producto de los particulares aconteceres históricos sucedidos.
Todo ello unido al medio en el que nos hemos ido desarrollando, nos han hecho ser quienes somos.
Gentes además con los dones que proporciona ser una cultura de frontera. Fronteras que a pesar de estar dibujadas y reconocidas sobre un papel, para separar, para dividir, para nosotros sin embargo, son invisibles e inexistentes.
Compartimos el mismo espacio, historia, cultura, tierra, cielo y agua con el noroeste toledano y el noreste de Extremadura, y por lo tanto más que una frontera divisoria, somos y nos sentimos, como si fuésemos el eslabón que sirve para unir los diferentes pueblos, hermanando, sumando, multiplicando fuerzas.
Los límites y fronteras, para los que vivimos en ellas, no son más que líneas en un papel ante el espléndido lienzo multicolor que ofrece la tierra toda y la hermandad que debería existir entre todos los pueblos que en ella habitamos.