ENERO – “En enero come el herrero”
Día 1 – San Silvestre.
Actualmente pocas son las localidades, que celebran de forma tradicional esta fiesta. Pero no hace mucho tiempo, en muchos pueblos ese día, los quintos del año prendían una gran hoguera en la plaza Mayor. Entorno a la cual, cantaban, bailaban, charlaban y preparaban alimentos que comían todos juntos, en una especie de comisión. Hoguera que se prendía a las nueve de la noche. Justo después, del imperdonable toque y oración, por las ánimas del purgatorio. Rezo todos los días se encargaban de recordar, el toque sonoro de las campanas.
En Pedro Bernardo, por ejemplo, la noche de San Silvestre, además de hacer la gran hoguera (lo que implicaba ir por ella al monte, cortarla, traerla y colocarla. Cosa solían hacer los quintos, siendo para ellos una fiesta y un reto por traer la mayor y mejor cantidad de leña) ese día marcaba el momento a partir del cual, los Machurreros (mozos disfrazados con una máscara de madera, ropas militares, cencerros y una vara con una vejiga de cerdo atada a una cuerda. Que salían de forma totalmente improvisada y libre por las calles de la población. Amedrentando a chicos y grades. Acto que repetirían, hasta el 24 de Junio, todos los domingos. Participando de forma muy activa en la procesión de San Sebastián.
Día 17 – San Antón
“San Antón de chiquitillo, a San Roque le dio un palo
Y este le achuchó el perro, y al guarrillo arrancó el rabo
Para San Antón la gallinita pon. Y para la Candelaria, la buena y la mala”
Este Santo era muy celebrado en todos los pueblos del Valle del Tiétar. Aún sin ser fiesta patronal, de ninguna localidad del Valle. Lo cierto es que se celebraba casi como si lo fuese. Lo que no es de extrañar, en una tierra que ha vivido ligada a la tierra, con una economía a veces de subsistencia (otras las menos con excedentes) basada en la agricultura, fruticultura y sobre todo ganadería.
Ese día además de haber una misa en la que se bendecían los animales domésticos, los niños y niñas salían en pandillas, recorriendo las calles de las poblaciones. Yendo puerta por puerta pidiendo más que dinero, productos de la matanza o huevos de las gallinas (en la mayoría de las localidades, los vecinos solían reservar una “mano del cerdo” de la matanza propia, para dársela a los chiquillos este día). Todo lo recaudado se entregaba a la parroquia, para decir misas a los difuntos. En las aldeas más pequeñas, el sacristán acompañaba a los niños, para asegurarse de que todo lo recaudado acabase en las arcas o despensas parroquiales. Invitándolos ese mismo día con algún dulce, o dándoles para que se lo comiesen una parte de lo que ellos mismos habían recogido.
En otros como es el caso de Arenas de San Pedro, cada pandilla, reservaba el dinero justo que costaba una vela. Vela que llevaban a la iglesia “para alumbrar al Santísimo”. Gastando el resto de lo recaudado en una buena merienda, merienda que las madres les preparaban y que se hacía al día siguiente, en plena naturaleza. Las pandillas de niños solían llevan un “cimbalillo” o campanilla, con la que iban avisando de su presencia. Al tiempo solían cantar todos a un tiempo, las siguientes coplillas: “Una perrilla para San Antón bendito, que tiene un guarrillo, que ni come , ni bebe y está gordillo” O esta otra: “Una perrilla para San Antón, y la gallinita pon”.
Otra costumbre por desgracia perdida, era la bendición de los campos. Este día, tras la misa y la bendición a los animales. El párroco acompañado por toda la población, salía a los cuatro caminos de Arenas, o como tradicionalmente se decía “salir a las cuatro esquinas de Arenas”, para bendecir los campos. En un intento de alejar nubes, sequias, epidemias, etc. Estos cuatro puntos eran primero la Carrellana. Luego el Prado de San Blas y la Escalonilla. De ahí subían a palacio. Terminando en la Cruz del Mentidero o en Puente Viejo de Aquelcabos. Este ritual era sencillo, el párroco guisopo en mano, bendecía los campos de Arenas, lo más bonito era el peculiar sonido de la campana mayor de la torre. Que no dejaba de tocar el toque para alejar las nubes y el pedrisco a destiempo. Y que sonaba como esta onomatopeya que repetían todos al escuchar la gran campana. Onomatopeya que viene a decir así: “de-ten-te nube de-ten-te”.
Otra costumbre perdida en Arenas de San Pedro, pero viva en la memoria de nuestros mayores. Era la del “Cerdo de San Antón”. Cerdo que era criado y cuidado por todos los vecinos de la localidad. Y que andaba libre por dónde quería, durmiendo en los corrales municipales. Este cerdo se subastaba entre todos los vecinos, y al que le tocaba además de quedarse con él. Tenía que comprar otro pequeño, para seguir con esta bonita y solidaria tradición. En Arenas la mayoría de pueblos vecinos, solían comprar ese día los cerdos que precisaran o pudieran criar, para el consumo familiar o el trueque. También para San Antón, el que podía, solía sacrificar y guisar las gallinas viejas que no ponían, reponiéndolas por otras nuevas. Y las gallinas que estaban cluecas, para quitarles “la fiebre” o su estado maternal. Se las agarraba por el pescuezo y se las sumergía rápidamente en agua tres veces seguidas.
También a partir de San Antón, las familias que tenían entre sus miembros, alguno que entrase en quinta. Apartaban el mejor gallo del gallinero, cebándolo y cuidándolo con mimo. Para llevarlo con orgullo su quinto, el día de las carreras de gallos. Lo que indica que para nuestros antepasados el gallo de los quintos, era algo importante, que se cuidaba con celo, pues en cierto modo representaba el poder familiar, entre otras cosas.
Pero permitidme que vuelva con el tema del cerdo. Animal de importancia vital para la economía familiar tradicional, no solo en estas tierras, sino en toda la península ibérica. En la ciudad de Arenas de San Pedro, se vendían cerdos los días 10 y 25 de cada mes, en la calle Empedrada. Además de la feria de agosto, que era la más grande e importante de la comarca, en lo que hoy conocemos como parque de la Bombonera (al menos desde finales del siglo XIX, los días 10 y 25 de cada mes, también vendía “cacharros de barro” el tío Berna. Los compraba en Talavera y Puente del Arzobispo, y los traía con su reata de mulas, que dejaba atadas a los arboles que había frente a la casa de Rafael Bermúdez. También vendía los “zurriagos” con los que “avareaban” las encinas, robles y alcornoques, en el tiempo de las bellotas, para cebar los cerdos.
Los porqueros que venían de otras localidades cercanas o lejanas a vender sus cerdos. Y que tenían que pasar al menos una jornada entera con su noche, en Arenas. Guardaban sus piaras en los grandes corrales, de la ermita de Santa Bárbara (lo que hoy es el Mesón del Puente al lado de la Glorieta). Haciendo noche dentro de dicha ermita. Porqueros que no faltaban en la ciudad. De hecho a principio del siglo XX, quedaban al menos tres porqueros. El tío Fermín “El de las varas”, que recogía los cerdos en la fuente de la Plazuela. El Tío Pedro del Altozano y Francisco el tío “Kiko el Escabeche”, que recogía los cerdos en la fuente de la Nava. Ellos acudían puntualmente todos los días (excepto el domingo) a primera hora de la mañana, avisando a los vecinos con sus cornetas o cuernas, que ya estaban en su puesto.
Toque tras el cual cada familia dejaba salir de la zahúrda al animal. Yendo él solito hasta su punto de encuentro con el resto de cerdos y el porquero. De ahí salían de montanera al vecino cerro y aledaños de los Montaneros. A la tarde cuando regresaba el porquero, al llegar al mismo lugar en el que había recogido a los animales. Cada cerdo se iba solo a su zahurda y casa, donde le esperaban las suculentas sobras de cada casa y una cama de jaugos limpia. Y todo esto por una miserable cantidad de dinero.
En San Esteban del Valle, los niños sacaban en procesión el cerdito que acompaña la imagen del Santo, la víspera de la fiesta dando vueltas a la iglesia. Al día siguiente los niños acudían a misa con cestas llenas de panecillos con formas zoomórficas, que eran bendecidos y repartidos, otorgándoles el poder de sanar las enfermedades. En Cuevas del Valle, población situada al pie del Puerto el Pico, y atravesada por la calzada y cañada real leonesa occidental, se levanta a la orilla de la antigua calzada la ermita donde se venera la imagen del Santo.
En esta hermosa Villa hay varias costumbres en las que el cerdito y San Antón son protagonistas. Como por ejemplo, cada vez que los rebaños trashumantes o trasterminantes pasaban por el pueblo, algunas reses “desaparecían”. Siendo metidas en las casas que están a ambos lados de la Cañada y calzada, cuyos propietarios se ayudaban de un “gancho” especialmente hecho para este menester. Gancho con el que enganchaban por las patas traseras a la res (de ahí les viene el sobrenombre de “los del gancho” a los cobacheros).
Cuando un ganadero denunciaba el robo de una res el ayuntamiento procuraba que se le devolviera, cuando se conseguía, se acudía a la ermita de San Antón, y allí tras una ceremonia de concordia. Se terminaba el problema tocando la campanilla del cerdito del Santo. Hay que decir que esta fama de usar el gancho es un tanto injusta pues el robo de animales en toda la Vera Alta era un grave problema. Y ya se sabe unos cardan la lana y otros se llevan la fama. Del mismo modo todos los cobacheros que iban a salir de viaje, solían ir a pedir al Santo su protección tocando la campanilla de animal.
Día 20 – San Sebastián
“En enero San Sebastián el primero. Detente varón, que primero es San Antón. No me vengáis con más leyes, que primero son los Reyes. Quítese tanto maestre que el primero es San Silvestre”
“San Sebastián valeroso, hijo de una costurera
Con los calzones roídos, y la pilililla fuera.
San Sebastián bendito, tú nos traes las perrunillas
Y a los mozos traes las perras, y a las mozas la gaitilla.
San Sebastián Bendito, que ganaste en mil guerras
Échanos tu bendición, con tu manita de cera
Pocas son las poblaciones del Valle del Tiétar, en cuyos alteares no venere la imagen del “fiel Capitán es señor San Sebastián”. Y muchas las que le tienen como patrón de la localidad. Como es el caso de Ramacastañas, Hontanares, Lanzahita o Poyales del Hoyo. Cada una con sus particularidades, pero con una sería de ritos y costumbres similares. Como por ejemplo “la caridad del Santo”. Esto consiste en invitar a los que a la fiesta acuden a un trozo de pan, queso de cabra y vino de pitarra. Alimentos que se creían bendecidos por la intersección divina del Santo. Y por lo tanto con poderes sobrenaturales. Por eso no se debía comer todo el pan, se guardaba bien guardado para dárselo a los enfermos (animales o personas) ya que dicho panecillo, tenía el poder de sanar las enfermedades.
He dicho tenía y la verdad es que esta costumbre sigue viva y con fuerza al menos en Ramacastañas y Hontanares. En las que aún hoy en día se sigue dando “la caridad del Santo” bajo la forma de un panecillo anisado, el queso y el vino cada veinte de enero. También es común adornar las andas con las que procesiona, con ramas de naranjos cargadas de dulces naranjas. Y la hoguera o luminarias a partir de las nueve de la noche. En los anejos arenenses anteriormente mencionados, la leña que va a arder, por lo menos una semana, es cosa de los quintos. Pero en Poyales del Hoyo el rito purificador del fuego va un poco más allá.
Es costumbre en Poyales del Hoyo, desde que se tiene memoria, ir al monte a cortar grandes cantidades de romero silvestre. Para a las nueve en punto de la tarde, encender pequeñas o medianas luminarias, cada familia en la puerta de su casa. Al tiempo que lanzan la siguiente exhortación al mal diciendo: “Arde romero, que me lo malo, deje lo bueno” o “Romero quemo, salga lo malo y entre lo bueno”. Dejando que el humo purificador entre en la casa, inundando el perfume del romero toda la localidad.
Realmente es un espectáculo y regalo para los sentidos más que recomendable. Por lo que animo a quien lo no lo conozcan, se acerquen a esta hermosa localidad del Valle del Tiétar para vivirlo en primera persona. En otras localidades aun sin ser fiesta patronal, se festeja de forma especial a este Santo. Como es el caso de Villarejo del Valle.
En Villarejo del Valle cada año organiza la fiesta un barrio del pueblo, haciendo entre los vecinos de dicho barrio limonada y dulces tradicionales. Suficientes como para invitar a todo el que se acerque a celebrarlo con ellos. O como se dice en Villarejo del Valle. A todo el que “va a cumplir con el Santo”. El convite consiste en una copa de aguardiente, un vaso de vino o limonada. Acompañado siempre con algún dulce tradicional. Repitiendo los convidados, siempre la misma fórmula de agradecimiento: «Que el Santo te lo premie”, mientras entonan animadas canciones.
En Pedro Bernardo las fiestas de San Sebastián, como en Mombeltran, tenían festejos taurinos incluidos. En Pedro Bernardo los chiquillos y no tan chiquillos, se hacían los “peorros” de madera de sauco. Con los que hacían gran estruendo, mientras duraba la procesión del Santo de la ermita a la parroquia y de la parroquia a su ermita.
En Pedro Bernardo también sacaban en una animada y concurrida procesión a su San Sebastián. Aunque más que procesión era un Vítor por las plazas y cotanos de la localidad. Siguiendo siempre un recorrido predeterminado, en el que un hombre a caballo, portaba el Vítor (pequeño estandarte en forma de cruz con la imagen pintada del Santo) que se clavaba al final del recorrido en la fachada de la parroquia cucharera. Procesión a la que acudían los Machurreros desarmados y dóciles. Abriendo la procesión “Los Danzantes del Santo”. Estos eran diez hombres solteros. Vestían calzón de paño corto o braga, sobre el que se ponían un faldón de paño oscuro corto. Medias de lana blanca, albarcas, faja negra o azul a la cintura. Camisa de lino blanca y sobre ella un justillo de la misma calidad que el faldón corto de paño. Remataban su atuendo un pañuelo francés anudado en la cabeza, cintas.
Estos “Danzantes” de Pedro Bernardo iban marcando el ritmo y las evoluciones de la danza, con un bastoncillo que portaban en la mano. Rematado con una calabacilla o vejiga de cerdo hinchada, con la que humorísticamente golpeaban a los presentes. Danza que era ejecutada al golpe de tambor y gaitilla (dulzaina). Al final de la procesión se repartían las cintas de seda que colgaban del pendón procesional del Santo. Cintas que se guardaban con celo, ya que del mismo modo que la caridad de Ramacastañas u Hontanares, tenían el poder de sanar todos los males.
En otras localidades, como en Cuevas del Valle. La fiesta la celebraba y costea, entre los vecinos del barrio donde está su ermita. Se hacía misa y procesión entorno a la ermita, y bajo los soportales de dicho barrio de San Sebastián. Al finalizar la procesión, los vecinos repartían a quienes se acercaban vino, limonada y dulces tradicionales.
En muchos pueblos las fiestas de San Sebastián incluían procesiones profanas, en las que los participantes acudían vestidos de mojiganga o carnaval, con abundante vino al tiempo que todo el que tuviese armas iba por el recorrido de la procesión lanzando tiros al aire, con gran estruendo y alboroto. Como en Pedro Bernardo con la aparición de máscaras y los “peorros”. O como en la vecina localidad de Montes Claros, cuya ermita, recientemente restaurada, acabó arruinada al prohibir el obispo de Ávila, en el siglo XVIII, “…Los excesos y abusos y falta de decoro en la procesión de San Sebastián”. Penando con la excomunión, a aquellas personas que fueran a la procesión “vestidas de mojigangas”. Imponiendo además fuertes multas, que acabaron con esta fiesta tan nuestra, en casi todos los pueblos de la diócesis abulense.
En Ramacastañas cada tabernero y o mesonero daba a cada uno de los quintos y mozos del pueblo una cántara de vino en las vísperas. Con estos ánimos los mozos acudían al monte a cortar la encina mása grande y enferma. La harían leña y la traerían hasta el centro del pueblo por donde pasa la cañada real leonesa occidental.
La hoguera se encendía, y enciende, a las nueve de la noche la víspera. Y alrededor de ella se bailaba el tradicional rondón. El día del Santo a las 8 de la mañana la gaitilla recorría las calles del pueblo, invitando a todos a limonada y perrunillas. Tras la misa mayor la procesión del Santo por el campillo de la iglesia. Después de subastar los banzos se reparten “los bollos de anís del Santo” (estos bollos los pagaban los cuatro mayordomos, siendo tradición que cada mayordomo cociera media fanega de pan, atribuyéndole el poder de curar los resfriados y gripes).
Al día siguiente los de Ramacastañas celebraban San Sebastianito del mismo modo que el día anterior, con la única diferencia de que ese día no se reparten bollos de anís. La fiesta podía durar incluso una semana, pues como los gaitilleros siempre venían del otro lado de la sierra. Y dado que en estas fechas es muy común que en la sierra caigan grandes nevadas.
Cerrando los pasos que cruzan la sierra. Quedando los gaitilleros atrapados en el pueblo. Con lo que había más días de baile. Mientras estaban confinados en Ramacastañas, los vecinos les alojaban y se encargaban de darles cama y comida. A los gaitilleros les contrataban los quintos de hogaño, ayudados por algunos particulares y el ayuntamiento.
Hontanares, que también conserva la medieval costumbre de dar “la caridad”. Esto es, dar un trozo de tierno y sabroso queso de cabra, con un pedazo de pan y vino. Caridad que también es bendecida por el Santo, y por lo tanto con poderes sanadores.
En Arenas de San Pedro, también se celebraba con una animada procesión desde el humilladero del Cristo de los Reagajales, hasta la parroquia el día antes, y de vuelta a su ermita el día después. Y del mismo modo que en el caso de Pedro Bernardo también había una danza de Espadas que interpretaban ocho hombres. La imagen del Santo fue bajada a Ramacastañas, y dada a sus vecinos por la parroquia arenense, tras la guerra civil cuando su bella y antigua imagen fue destruida y sustituida por la talla arenense, de gran belleza artística.
Para finalizar, os paso unas coplas recogidas en Arenas de San Pedro, Ramacastañas, Hontanares, Villarejo del Valle y Poyales del Hoy.
Bendito San Sebastián, que te jugaste la capa,
Te la gano San Antón, tú te quedaste sin nada –Arenas de S Pedro-
Bendito San Sebastián, hijo de una costurera.
Tienes los calzones rotos, y la pililla fuera -Villarejo del Valle-
San Sebastián valeroso, hombre a los catorce años,
Que te ataron a un naranjo, para ser asaeteado –Hontanares-
Todo su cuerpo tiene lleno de llagas
y una mujer piadosa se lo enjugaba
Aquella dama, se lo enjugó
Y quiso Dios, que él sano –Arenas de S Pedro-
A San Sebastián bendito, le pedimos de rodillas,
Que bendiga nuestros campos, los ganados y familias –Hontanares-
San Sebastián bendito, tu nos traes la perrunillas
Y a los mozos traes las perras, y a las mozas la gaitilla –Poyales del Hoyo-
Estando San Sebastián, subido a lo alto un roble
Miró para Arenas y dijo, quien pasara allí esta noche –Arenas de S Pedro-
San Sebastián bendito, tú que andas por las eras
Échanos tu bendición, con tus manitas de cera –Poyales del Hoyo-
Arrodillado a tus plantas, te hacemos la reverencia
Y ofrecemos estos votos, por ser patrón de esta iglesia – Hontanares-
San Sebastián bendito, valeroso capitán
Que a los infiernos venciste, en lucha muy desigual
Te ataron en un naranjo, de saetas te asaetearon
Y a las puertas del cielo, fuiste llamado