Daniel Peces Folk - Folclore y tradiciones de España
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El acompañamiento de hombres enmascarados en el Valle del Tiétar

En cuanto al significado de las máscaras, en este tipo de rituales festivos religiosos.

El acompañamiento de hombres enmascarados en el Valle del Tiétar, en este tipo de rituales, tiene una honda tradición. Aún quedan restos de estos vetustos personajes, en algunas localidades del Valle y sierra, como Pedro Bernardo, Casavieja, los Cucurrumachos de Navalosa, y el recuerdo en la memoria de localidades como Guisando o Arenas de San Pedro.

Máscaras, que solían portar en su origen exclusivamente hombres. Vestidos con ropas blancas, mantas, jarapas, cintas o libreas, cuernos, pieles, crines, huesos, cencerros, etc. Que dan un aspecto zoomorfo y demoniaco a quienes las portan. Personajes que como os contaba, hasta el siglo XVIII formaban parte de muchas fiestas religiosas, sobre todo invernales. En dicho siglo los obispos de Ávila, viendo lo arraigado de estas costumbres, considerada por ellos, paganas, indecorosas, groseras y lo que era peor, dada a excesos carnales y libaciones de vino, intentaron prohibida. Y aunque algo de razón tenían en algunos casos. Lo cierto es que la prohibición no tuvo demasiada repercusión. Continuando con las arcaicas tradiciones en la mayoría de las poblaciones del Valle.

Finalmente, se tomó una drástica decisión, penar con la excomunión a quienes asistieran a las procesiones enmascarados, prohibiendo su entrada a los templos y por supuesto su participación en la liturgia. Uno de los casos más llamativo que he visto, es el de la vecina villa de Montesclaros. Villa que perteneció a la jurisdicción arenense hasta el siglo XVIII y sujeta al obispado de Ávila hasta mediados del siglo XX. Y que celebraba la fiesta de San Sebastián, acompañando en todo momento, máscaras que distraían al público, incordiándolos de forma más indecorosa el rigor del culto católico. Del mismo modo sucedió en la romería del despoblado de la ermita del Helechar, y tantas otras romerías y fiestas invernales, en las que, al parecer, terminaban en verdaderas orgías y licencias por aquel entonces, no solo mal vistas, sino castigadas con rigor.

Por el contrario, como contrapunto, nos queda un ejemplo en el Valle, que bien podemos considerar único en toda la comunidad autónoma castellano y leones. Hablo de los Zarramaches de Casavieja. Máscaras con ropas blancas, libreas, cencerros, etc. Y que no solamente van por las calles acosando a los más pequeños, como el resto de máscaras del Valle. Si no que entran en el templo parroquial con la máscara y participan de la liturgia religiosa.

Pero por qué se persiguieron hasta casi el exterminio, este tipo de costumbres. Como tras siglos formando parte de dichas fiestas religiosas, de pronto se vuelven en contra de ellas, hasta el punto de prohibirlas ni más ni menos que bajo pena de excomunión. Seguramente, porque perdieron su sentido original desvirtuándose en muchos casos. Quedando únicamente la parte festiva y lúdica, una vez olvidada o suplantada la religiosa o espiritual, primitiva u original.

Costumbres de origen pagano, tan arraigadas en el subconsciente colectivo, que, en un principio, la religión oficial del reino, a la vista de lo descabellado de su intención, supo aprovecharlos. Manteniendo los antiguos rituales invernales, readaptándolos simplemente al más reciente calendario festivo cristiano. Superponiendo la figura de un Santo en cuestión, a las antiguas deidades paganas protectoras. Una vez que esto se hizo innecesario y se iba desvirtuando, llegó el momento de su prohibición. Que no de su extinción total, ni mucho menos del olvido en la memoria viva.

En estos casos, en los que las máscaras salen acompañando a Santos -No las que salen en el contexto pagano del carnaval como los Cucurrumachos de Navalosa.- tenían y tienen un claro y antiguo sentido simbólico de origen pagano. Representando las enfermedades y, sobre todo, las a veces catastróficas fuerzas naturales, de las que de alguna manera había que protegerse. Y a ser posible preverlas, pues de ellas dependía su subsistencia. Fuerzas que os comentaba, se representaban en este tipo de máscaras infernales.

Máscaras a las que hay que dejar salir por las calles y plazas de nuestras localidades, para que con ellas muera el invierno. Y con él, todo lo que representaba; días fríos y cortos, con poca luz, escasa o nula disponibilidad de comida. Meses en los que, además, de forma cíclica aparecen una serie de enfermedades como gripes, resfriados, afonías, etc. Todo ello representado en estas figuras zoomorfas. A las que de alguna manera hay que si no someter, si agradar, para dejar paso a la luz del sol, y con ella la fertilidad de la tierra. Dentro de antiguos rituales de tipo agropecuario, en los que las medidas del tiempo para sembrar, criar, recolectar o transterminar los rebaños. Estaban regidas por complejos calendarios astrales, en los que la luna era parte fundamental, junto al sol.

De este modo, nuestras máscaras pasaron a formar parte del nuevo calendario festivo religioso, a modo de catecismo. A través del cual, instruir a los creyentes. Del mismo modo que el arte románico y gótico de nuestros templos. Añadiendo un nuevo sentido a dichos personajes. El del sometimiento del “mal, representado por dichas máscaras. Ante el “bien” representado en la figura de San Sebastián, San Blas, Santa Águeda. De ahí que las máscaras siempre fuesen detrás de los estandartes y pendones que encabezan nuestras procesiones.  Ese es el sentido de las máscaras que acompañaban el Vito a San Pedro de Alcántara, en Arenas de San Pedro.

Ciudad esta, en la que aparecen dos tipos de máscaras, fruto de un arduo trabajo de recuperación, tras más de cuatrocientos años de olvido. A falta de datos, y teniendo en cuenta las connotaciones históricas de nuestro propio presente. Decidimos que fuesen dos máscaras las que acompañasen el estandarte y Vito arenense. Una femenina. Vestida con el tradicional traje y embozo de Jalbegadora. Y para la masculina, optamos por calzón blanco con libreas rojas, camisa blanca, máscara negra con pieles y dos cuernos de ciervo y capa compuesta de libreas multicolores.  Máscaras que como recoge fray Manuel de San Martín, iban acompañando toda la procesión abriéndola siempre detrás el estandarte del Sano.

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