Daniel Peces Folk - Folclore y tradiciones de España

Fiestas de Febrero

Fiestas tradicionales.

“Febrerillo el corto (o el loco) mes en el que hace de todo un poco”

Día 2. La soldadesca de la Candelaria.

“El día de la Candela, entraste en mi casa, por vez primera” – “Cuando la Candelaria llora, el invierno va fora y cuando ríe venire”

Esta es una fiesta, empezó a decaer a mediados del siglo XX. Hasta desaparecer en la actualidad. Sin embargo era un día especial para nuestros antepasados. Veamos cómo se festejaba en la ciudad de Arenas de San Pedro.

Entre las ocho y media a nueve de la mañana se reunía “La soldadesca” en la puerta del Sol de la parroquia (actualmente tapiada) en el Altozano. La soldadesca la componían los quintos del año, tanto los entrantes, como los salientes. Todos ellos luciendo las mejores galas. Pero divididos en dos grupos separados e incluso enfrentado.

Los quintos salientes llevaban el pañuelo aquí llamamos de Crespón (adamascado en el resto de Castilla) colocado cruzando el pecho, a modo de banda. Mientras que los salientes, un pañuelo blanco bordado por la novia a cuello. Ellos eran los encargados de comprar una gran hacha o cirio, para alumbrar a la Candelaria todo el año. Cada grupo compraba el suyo tras haber hecho entre todos una cuestación. Compitiendo entre ambos grupos, los entrantes y los salientes. Para ver cuál de ellos ofrecía el hacha más grande y buena.

El hacha ganadora se guardaba en la parroquia, encendiéndola para alejar nublados, o alejar cualquier otro tipo de catástrofe medioambiental. El otro hacha se llevaba al convento agustino, como ofrenda a la patrona la Virgen del Pilar de Arenas. Me contaba el señor José El Chauco, que su padre le contaba, que en tiempos de su abuelo se decía que el día de la Soldadesca, los entrantes casi nunca ganaban. Primero porque venían pelados sin un duro, tras servir varios años en el servicio militar. Y segundo por era costumbre que subieran todos con dicho cirio, para pedir a la patrona arenense, que les mantuviese con vida. Era como una forma de hacerse con la protección divina de Nuestra Señora.

También me dijo, que los quintos salientes le ponían el cirio a La Virgen de las Candelas. Porque de ello dependía tener una buena o mala cosecha. Y la mayoría de ellos como ya estaban casados y tenían una casa que mantener. Estaban más preocupados por su subsistencia, que por ninguna otra cosa. Y es que ese día se vaticinaba si el año iba ser de buenas cosechas y para la cría de ganados. O si de lo contrario iba a ser un mal año. Incluso si iba a ser catastrófico. Pero voy a dejar esta parte para un poco más adelante. Ahora voy a continuar con esta fiesta en la ciudad de Arenas de San Pedro.

Poco antes de las 10 de la mañana los quintos entrantes daban una vuelta a la parroquia siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Esto es a la derecha. Entrando en la bella y peculiar colegiata cisterciense, por la puerta del Hospital de San Bartolomé.

Los “hombres” entrantes, hacían lo mismo, pero a la inversa. Daban una vuelta al templo por la izquierda, y entraban por la puerta de la Cilla. El resto de la población entraba por donde mejor le viniese. Excepto las recién paridas, que entraban por la puerta del Sol. Estas solían, a modo de ofrenda, una vela, un par de pichones o un bizcocho que ponían al pie de las andas de la Virgen.

Dichas ofrendas eran bendecidas tras la misa. Las velas se recogían y se llevaban a casa. Ya que esas velas tenían también el poder, de alejar las temidas tormentas. Sobre todo las que descargan con un gran aparato eléctrico. Los pichones uno se le quedaba el párroco, y el otro se llevaba a casa. Con él las recién paridas, se hacían un caldo, que llamaban “la sopiganga”. Este caldo de las recién paridas, era muy especial. Pues creían que con solo beberlo, la leche no las faltaría y les daría fuerzas para recuperarse totalmente del parto.

El bizcocho sin embargo siempre se quedaba en la parroquia. Y al final de la misa, el párroco lo repartía entre todos los asistentes. Unos se lo comían, y otros lo guardaban, para dárselo a las mujeres embarazadas. Pues se creía si comían en bizcocho de La Candelaria, tendían un parto corto y feliz.

Costumbres y ritos, que fueron decayendo y degradándose hasta quedar casi en el olvido. De hecho a principios del siglo XX. Cuando todas estas ceremonias ya estaba en franca decadencia. Los dos pichones los llevaba una sola persona. Pero al final no se sacrificaban, se devolvían al palomar tras la misa. Las velas las llevaban cada mujer en la mano, como en el resto de procesiones en estas tierras.

Y el bizcocho lo llevaba siempre, la mejor pastelera que ha habido en la ciudad. La señora “Perpe”, madre de Elvirita. Quién no recuerda en Arenas, los pasteles de Elvirita, y su pastelería El Pilar de Arenas” (si la señora Perpe llevaba el bizcocho de la Candelaria. Su marido el señor Isabelino, siempre llevaba para subastar su famoso “Postre Isabelino”, al ofertorio del martes de carnaval)

A las nueve de la mañana comenzaba la misa, tras el último toque de la campana Grande, comenzaba la misa. Y a las diez en punto salía en procesión la imagen de la Virgen toda ella vestida de blanco, con el niño en sus brazos, igualmente todo vestido de blanco (me gustaría llegado a este punto, recordar a la última mujer que se encargó de vestir y decentar esta imagen, a la buena señora Tere López. Ella aprendió de la madre de la tía Elo) En las andas, a los pies de la Virgen, se ponía a un lado el mejor bizcocho (bien presentado con su bonita bandeja y su buen paño bordado, que luego recogían cada cual el suyo) Al otro lado ponían en un cestillo, atados por las patas, dos pichones. Los mejores. Y en medio el cirio encendido.

De las tres ofrendas, el cirio es sin duda alguna el que más importaba a todos los asistentes. Digamos que era lo más significativo. Ya que si durante el recorrido se apagaba, significaba que iba a ser un mal año. Si duraba más o menos la mitad del recorrido, un año ni bueno, ni malo. Si duraba todo el tiempo encendida se interpretaba como el mejor augurio, ya que sería un año de abundancias. Y si se apagaba nada más salir de la iglesia, imaginad lo que podían pensar. Efectivamente año desastroso.

Pero esa predicción era general, para todo el mundo por igual. Sin embargo la vela que cada mujer llevaban en sus manos. También tenía ese poder adivinatorio. Así que todas ellas se cuidaban muy bien, de que no se las apagase la vela, durante la procesión de Las Can ellas. Protegiéndola con la mano o mamparas de papel que ellas mismas se fabricaban. Una vez terminada la procesión, apagaban la vela o candela. Y se la llevaban cada una a su casa. Para como en el caso de las hachas de los quintos, las protegerían de las tempestades.

La procesión salía por la puerta de la Cilla. Subía por la calle Real hasta la Plaza Mayor, donde daba tres vueltas. Todo esto siguiendo las agujas del reloj, igual que hicieron los quintos entrantes. Tras dar las tres vueltas a la plaza, la imagen era llevada al templo, entrando por la puerta del hospital de San Bartolomé.

Tras la misa, en las casas de los quintos entrantes y en las de las recién paridas, se hacia un convite. Al que solo acudían la familia y los amigos más cercanos. A base de chocolate y dulces en casa de las recién paridas. Y de limonada vino, perrunillas, rosquillas, mantecados, etc. en las casas de los quintos entrantes. El párroco también invitaba a una merienda en la casa parroquial a las personalidades arenenses.

A esta procesión no acudía todo el mundo. Ya que estaba dedicada a los quintos, alas embarazas y a las recién paridas. Pero la realidad es que iba todo el pueblo. Ya que el que no tenía un familiar o amigo quinto. Tenía a alguna preñada o parida entre los suyos. Las señoras Juana y Sulpicio, “Las Pirulas”. Me dijeron que a la misa y procesión de La Candelaria, acudían sobre todo madres, acompañadas de sus hijos más pequeños. Del mismo modo que hizo la Virgen María, cuando cuarenta días después de parir, fue a purificarse al templo. Llevando como ofrenda dos pichones.

Cuando la imagen entraba en la iglesia, la llevaban hasta el coro bajo, justo al otro extremo y frente al altar mayor. Tres niños o niñas cogían el bizcocho, los pichones y la vela abriendo otra procesión por el interior del templo. Los tres niños iban en cabeza. Tras ellos la Virgen en sus andas y detrás las madres con sus hijos e hijas. Y al pie del altar mayor el párroco esperándolos. Los quintos entrantes y salientes mientras ocupaban sentados los bancos delanteros.

Durante el recorrido desde el coro bajo, hasta los pies del altar, los tres niños hacían tres paradas con sus tres reverencias o genuflexiones. Antes de llegar al párroco y entregarle las tres ofrendas. Este las ponía sobre el altar, daba la bendición a todos los presentes, terminando ahí la ceremonia religiosa.

Pero como podéis imaginar, esta fiesta va un poco más allá. Pues a poco que miremos las costumbres que rodean esta fiesta, nos daremos cuenta algunas de ellas, poco tiene que ver con el dogma cristiano, opuesto a todo tipo de adivinaciones o augurios.

Yo más bien creo que ese día, era “la fiesta la luz”, desde tiempos inmemoriales. Y por supuesto mucho antes de la llegada de Cristo. Tras los cortos y oscuros días del invierno, a partir de febrero, el sol iba recuperando lentamente su fuerza. Calentándose la tierra, derritiendo la nieve y por lo tanto devolviendo la vida a los campos helados y muertos.

De hecho el nombre propio de la fiesta, lo indica La Candelaria, la luz, el calor vivificante. Fiesta tan importante y arraigada no hace mucho, que fue sincretizada al cristianismo. Como tantos otros ritos, fiestas, ritos o costumbres, fueron objeto de persecución y abolición por parte de la curia romana. Pero estos ante la imposibilidad de erradicarlos, permitieron el mantenimiento de ciertos ritos paganos. Bajo las formas regladas, esto es. Poniéndolo bajo la advocación de un Santo, una Santa, Jesucristo o su madre la Virgen María, como es el caso.

Las huellas de los ritos paganos en esta fiesta, están escondidas tras algunos elementos con un gran valor simbólico. Os voy a poner algunos ejemplos. Empezaré por las tres ofrendas. Os habéis preguntado por qué tiene que ser una vela, dos pichones y un bizcocho. Y no cualquier otra cosa. De nuevo recurro al sentido simbólico de estos elementos rituales. Empezaré por los dos pichones.

En la tradición cristiana, María la Virgen como era muy pobre, en vez de ofrecer un cordero. En ritual de purificación como era lo normal, ofreció los dos humildes pichones. Pero en los rituales paganos las entrañas de aves, servían a sacerdotes, sacerdotisas y augures, como medio a través del cual hacer sus predicciones y augurios. Así se hacía en no pocos tempos de la antigua Roma, por ejemplo y entre otras culturas precristianas.

Tórtolas que han sido consideradas desde muy antiguo, el símbolo de la lealtad, de la fidelidad. Pero también representan a el amor entre. El amor que nos tenemos todas las personas. Aún hoy solemos decir cuando vemos a dos enamorados; “Mira que tortolitos”. Y también el amor con mayúsculas. ¿Y qué amor hay más grande en el mundo, desde que es mundo, que el de una madre? Pocos o ninguno.

Las tórtolas y el bizcocho además, están relacionados con los tributos que desde siempre han hecho a los dioses. Para pedir y agradecer buenas cosechas. Así como prósperas cabañas ganaderas. Por lo tanto se trata del antiguo sacrificio-ofrenda de los pastores por un lado, y de los agricultores por otro a los dioses. Rito que también recoge la Biblia, en el pasaje de Caín y de Abel, por ejemplo.

Si además tenemos en cuenta, que es justo por esta época del año. Empieza a crecer la hierba fresca por todas partes, imprescindibles para la cría de los hambrientos ganados y agostados pastores. Mientras que los agricultores y fruticultores, preparan los semilleros y ponen los primeros plantones en los huertos. Limpiando los olivares y demás campos de frutales. De los que dependía la economía tradicional en estas tierras, hasta bien entrado el siglo XX.

Por último la vela o candela encendida, que representa la luz espiritual purificadora. Frente al simbolismo de la luz en general, cósmica o universal. Haciendo referencia a esa luz interior que cada persona llevamos desde que nacemos y según tradición, nos llevamos más allá de esta vida tras la muerte. Con ese sentido personalizado, o de iluminación y purificación individual, cada mujer portaba su propia vela este día. Vela que recordemos debía mantener encendida para poder lograr, a través de la intervención divina, un año de dichas.

Termino con estas coplillas tradicionales del Valle del Tiétar
El día de las Candelas, la vela se me apagó, el naranjo me dio peras. Vaya por amor de Dios
El día de las Candelas, la vela se me apagó, el centeno no ha salido y he segado sin la hoz
El día de las Candelas, te vi llevar un bizcocho, y yo a tu puerta esperando, desde la una a las ocho
Si quieres vivir tranquila, y alejar todas las penas, llévale una velita, a la Virgen la Candela
A la Virgen la Candela, la “pedío” que te vele, que tengas un parto bueno, y las tetas “tese llenen”
Virgencita la Candela, que llevas el niño en brazos, échanos tu bendición, a los que contigo vamos

Día 3. San Blas.

Si vas a San Blas, tráeme un San Blasín, que no sea muy grande, ni muy chiquitín, ni muy chiquitín, que sea regular, tráeme un San Blasín, si vas a San Blas.

Dice una copla de la bella villa de Lanzahíta; Ya cansado de esta vida, a una cueva se fue a orar, y las fieras silenciosas, fueron todas a escuchar. San Blas fue obispo en Sebaste, la antigua Armenia del siglo IV de nuestra era. Murió martirizado extendiéndose su culto por toda la cristiandad. Convirtiéndose en la edad media en uno de los Santos más celebrados e importantes. Se le consideraba abogado contra todo tipo de afecciones de la garganta. Por eso es patrón de los otorrinos.

En el Valle del Tiétar, hay pocas poblaciones que cuenten con una imagen o ermita dedicada a este santo. En otras localidades San Blas es su patrón. Como es el caso de Lanzahíta o La Adrada. Donde se sigue festejando actualmente cada año con más y más fuerza. Sin perder los tradicionales dulces del Santo o sus cordones bendecidos. Que impedían cualquier tipo de enfermedad, incluidos los constipados y gripes comunes de estas fechas invernales.

En la Adrada, San Blas es el patrón de la Villa. Tras tocar la tradicional diana por las calles de la villa. Se reúnen las autoridades en la Plaza Mayor, desde donde todos juntos se dirigen a la iglesia. Acompañados en todo momento por la banda de música. Una vez en la iglesia, los vecinos que padecieran alguna desgracia o enfermedad. Le ataban al Santo, cintas a modo de ofrenda, pidiéndole el favor de la sanación. Si esta se lograba se mandaban hacer en cera la parte del cuerpo sanada, para ser colgada de las `paredes del camarín del Santo.

Los más mayores aún recuerdan una antigua danza paloteo que se ejecutaba delante de la procesión por hombres, como mi buen amigo Leoncio. Tras la procesión y la subasta de los presentes ofrecidos. Se subastaba al final “el cabrito del San Blas”, con gran júbilo y en un ambiente jocoso. Por último se subastaban los banzos.

En la Adrada los días anteriores de la fiesta. Las mujeres y las mozas días antes de la fiesta hacían los “bollos de San Blas”. Bollos que podían ser de aceite, de vino, de manteca o de limón. El dulce más tradicional tras los bollos de San Blas, era la elaboración de los “Bartolillos” y “roscas de sartén”. Fritos hechos con una masa de huevos, harina, azúcar, y caldo de cocido. Al día siguiente celebran “San Blasito”.

Al día siguiente 5 de febrero, en la Adrada se celebra Santa Águeda de una forma muy especial. Ya que para las gentes de esta villa principal, es su fiesta del carnaval. Por eso se disfrazan y hacen carrozas que recorren el pueblo. Por la mañana tiene lugar una curiosa y antigua costumbre, se trata de “La tizne”. Consiste actualmente en tirar huevos y harina a todo aquel que se encontraran por las calles del pueblo. Pero antes, de nuestros abuelos para atrás. Se tiznaban la cara con una patata tiznada, o con el hollín de la lumbre. Otros se la manchaban con el aceite de los ejes de carros. O con los culos ennegrecidos de calderos y sartenes.

Una vez bien tiznados, y tiznadas. Se armaban con costales de harina vacíos, con los que hacían divertidas peleas entre los mozos y las mozas. Al final todos ellos y ellas, acababan tiznados y enharinados hasta los tuétanos. Al medio día se lavaban y comían para asistir por la tarde a los oficios religiosos y por supuesto al baile en la Plaza.

En la Villa de Mombeltran también se celebraba este día y Santo. Las vecinas acudían el día anterior a la iglesia portando una alcuza o jarrita llena de aceite. Aceite que depositaban en un gran barreño o tinaja colocada en el centro de la parroquia. Al día siguiente, tras la misa mayor se bendecía el aceite que era de nuevo recogido y llevado a casa. Donde se guardaba a la espera de solucionar las dolencias de un posible enfermo como bálsamo milagroso, que lo cura todo, sobre todos las afecciones de la garganta. Al tiempo se recitaba la siguiente formula o rogativa:

“San Blas, pásame el pasapán y dame para pasar”.

El remedio era tan eficaz que en caso de enfermar algún animal, también a él se le untaba con el “aceite bendito de San Blas”. Diciendo la consabida oración. Además, en la Villa de Mombeltran. Aún se mantenía una costumbre pagana. Del mismo modo que en Pedro Bernardo, o Montes Claros, en Mombeltran, los mozos acudían a la misa del Santo, vestidos de mojigangas y mamarrachos a la misa. También en Mombeltran, algunos mozos acudían a la misa de San Blas, disfrazados de mojigangas. Hasta su prohibición en el siglo XVIII.

En Candeleda es muy festejado San Blas, aún hoy en día. Su imagen se venera en la ermita, donde según tradición oral candeledana, reposan los restos de un Santo candeledano (Santo que no aparece en el santoral) llamado San Bernardo de Candeleda, abogado contra la rabia por cierto, y muy querido y venerado en las hermosa Candeleda. De hecho se mantiene una mayordomía de mujeres, que van con su teja y mantilla, a la procesión de San Blas, donde organizan una animada fiesta en la que no falta interesantes muestras de la música y baile tradicional de esta localidad abulense. Y por supuesto, la costumbre de recoger las cintas bendecidas por el Santo, para protegerse de catarros y constipados.

En Lanzahíta es patrón local, con tres días de fiesta mayor. Para los de Lanzahíta San Blas era el mejor abogado contra las enfermedades, hasta el punto que a todo aquel que estaba enfermo en cama se le acercaba el bastón del Santo y se le pasaba por la parte del cuerpo más dolorida al tiempo que se decía;

“Glorioso Santo, glorioso Santo.
Glorioso Santo, glorioso San Blas»

En esta soleada localidad, la procesión del Santo siempre ha sido por la tarde. Recorriendo las principales calles del pueblo. Parándose en cada puerta donde había que hacer alguna rogativa, o para devolver la salud a algún vecino enfermo. Tras la procesión se subastan los banzos, para meter al Santo en la parroquia (que guarda uno de los retablos policromos más valiosos de la diócesis de Ávila)

Los grupos de guitarreros, empezaban animados bailes en la misma plaza de la iglesia. Y poco a poco se expandirían por todas las calles y plazas de la localidad. Al día siguiente celebran “San Blasito”. Con misa por la mañana y a la tarde Vítor. A la puerta de la iglesia se reunían los vecinos a pie. Y uno de ellos portaba un gran palo, a cuyo extremo superior se clavaba un elaborado corazón, con la imagen del Santo. Donde colgaban multitud de cintas de colores. Cintas que igual que en caso de Candeleda, o la Adrada, tenían el poder de sanar. La procesión se paraba en todos los “cotanos” del recorrido, donde se cantaban una serie de coplas dedicadas al Santo, como ésta;

“Ya cansado de esta vida
a una cueva se fue a orar.
Y las fieras que allí estaban,
Se pusieron a escuchar.
¡Vítor!.

Este vítor, termina al llegar a la puerta de la casa del Sr. Cura. Allí se subastaba el Vítor. Y el que más ofreciese tenía el privilegio de clavarle en la puerta de su casa. Sirviéndole como amuleto que protegería a toda la familia de posibles males y enfermedades. Incuidos por supuesto, los animales domésticos.

En Arenas de San Pedro, hubo una ermita dedicada a este Santo en el paraje de su mismo nombre. Justo al lado de la fuentecita que hay en los corrales de la plaza de toros. Tras la última desamortización de Mendizábal, quedó en la más total de las ruinas. Su imagen desapareció, así como los valiosos azulejos del altar y del retablo de cerámica talaverana del siglo XVIII. Poco más he podido saber, ya que nadie recuerda nada en Arenas. Si hay en los archivos municipales, datos curiosos relacionados con este día y Santo.

Gracias a la información aportada por el maestro Eduardo Tejero Robledo. Os puedo decir que Arenas, cuando se iba aproximando el día de San Blas. Todo el mundo estaba muy pendiente, de ver la primera cigüeña. Esto que ahora nos puede parecer una tontería. Debía ser muy importante para nuestros abuelos. Ya que la primera que veía la cigüeña sele premiaba pagándole una especie de recompensa, por haberla visto.

De ahí quizás, todos esos dichos populares como; Para San Blas, la cigüeña verás. Y si no la vieres, año de nieves. Y año de nieves, año de bienes. O estos otros que hacen referencia a la importancia del lugar y actitud en la que fue vista la primera cigüeña; La cigüeña que viste, tenía pujos, las medias coloradas, buenas se puso – Gallito de la parroquia, cuida de la plaza un rato, que nos vamos a rondar, a San Blas que está en el prado-

Pero antes de cobrar recompensa alguna. La persona que veía a la primera cigüeña, tenía que contar todos los detalles del encuentro en atrio de la puerta del sol de la iglesia, reunida la población, regidores y alcaldes, a campana tañida con tal fin. Allí delante de todos tenía que decir cómo o dónde la había visto, y que estaba haciendo. Si estaba volando alto, bajo o posada. Si comía o tomaba el sol… datos estos que nuestros mayos hombres y mujeres del campo, interpretaban haciendo sus propias predicciones meteorológicas.

Esta costumbre no era exclusiva de la ciudad de Arenas de San Pedro. Ya que se repetía de forma casi idéntica, en todas y cada una de las poblaciones de este peculiar Valle del Tiétar. Ya que su llegada marcaba un punto de inflexión. Ya que con su llegada, llegaba también el buen tiempo. Desconozco el significado de saber dónde y cómo encontraron el ave.

El tío Teo el Pielero, me dijo que si veías antes de tiempo una cigüeña “metida de patas dentro del río”, quería decir que la primavera iba a ser muy lluviosa. Y si venía tarde a sus nidos, que la nieve iba a durar todo el verano en la sierra. Costumbre que también extiendo a las vecinas localidades del otro lado del río Tiétar. Como por ejemplo el famoso encontronazo entre el cura de Parrillas y Navalcan. Os lo voy a contar.

Resulta que un buen día, sin pretexto aparente. El cura de Navalcan, invito al de parrillas a que dijera una misa con él, a santo de no sé qué. El cura de Parrillas acudió con un grupo de parrillanos a Navalcan. Y estando ya en la misa, en pleno sermón. Va y salta el cura de Navalcan para rematar el sermón, mirando la imagen del Patrón navalqueño, San Pablo:

“San Pablo de Navalcan, grandes son tus maravillas, que ha venido la cigüeña, pero no la de Parrillas”

Bueno la que se lió en un momento. Sus palabras cayeron como chuzos de punta, sobre los parrillanos y su cura. El cura de Navalcan había humillado a los parrillanos delante de todo el pueblo. Armándose un gran revuelo en la iglesia navalqueña. Cuando de repente subiéndose al púlpito el cura de Parrillas, mirando a San Pablo, va y le replica;

“San Pablo el de Navalcan, el de las grandes barbazas, que estás echo de perajòn, de la dehesa Calabazas. Los milagros que tú hagas, me los paso entre las patas. Y si no ha venido, ya venirá”

Anécdota que es más un chascarrillo, en que queda reflejada la importancia que tenía en estas tierras del Valle del Tiétar. Como también quedó reflejado en el cancionero tradicional. sirvan estas coplas como ejemplo ilustrativo.

La primera cigüeña, que vino al mundo, la trajo el Santo San Blas, montá en un burro.
La cigüeña esta maña, con calentura, por beber del agüilla, de la laguna.
La cigüeña esta mala, que le daremos, culebras y sapos, la curaremos.
En el campo canta el cuco, y en la torre la cigüeña, el pajarillo en la jaula, y el borracho en la taberna.
Dices que no me quieres, porque soy pobre, más pobre es la cigüeña, y está en la torre.

En Villarejo del Valle se canta una versión, que recogió el gran Agapito Marazuela en la provincia de Segovia, muy conocida en toda Castilla y León, os la paso a continuación:

Yo me quedé eclipsado, con la cigüeña, que estaba de batalla, con la culebra
(Os he de decir que cuando yo la recogí al Tió Garrote, el no decía, “yo me quedé eclipsado”. El decía “yo me quedé sin salvó)
Como repicotea, como revolotea, como le cierne el ala, sobre la arena
Pica en el verde, pica en la arena, pica en los picos de mi morena
Ay que ver la cigüeña, cuanto nos vale, si no fuera por ella, cualquiera sabe
Como repicotea…
Nos quita los “regtrilé” (reptiles) de los caminos, y nos mata los bichos, que son dañinos
Como repiquetea…
Tu marido y el mío, fueron por leña, y salieron huyendo, de la cigüeña
Como repicotea…

Pero de todas las localidades de este Valle del Tiétar. Hay una que celebra este Santo de una forma excepcional. Hablo de Casavieja. Ese día según tradición, salen los Zarramaches, vestidos con ropas talares de iglesia. Cencerros. La cara tapada con una máscara en forma de capirucho, y en una mano una naranja y en la otra una vara. Naranja que ofrecen a los más pequeños. Y vara con la que les golpean cuando la van a coger.

Para mí, es sin duda la máscara más interesante, de cuantas se han conservado en esta tierra. Primero porque jamás dejó de salir, ni en los años de más duras persecuciones de todo tipo de muestras carnavalescas. Segundo por el simbolismo de su indumentaria peculiar. Y tercero por que es la única máscara que yo conozca. A la que le está permitida entrar en la iglesia. Participando del ritual en un lugar relevante. Es una fiesta muy aconsejable, y que podéis disfrutar hoy en día si os acercáis a esta coqueta villa del Tiétar.

Día 5. las Aguedas y El Vítor a San Pedro Bautista

Curiosamente, no hay pueblo en la comarca de Arenas de San Pedro, en el que se recuerde, o queden datos, de celebrar Santa Águeda. Los pueblos más cercanos que la festejan son Serranillos al otro lado de la sierra. Y Montes Claros, al otro lado del río Tiétar.

Sin embargo en la coqueta villa de San Esteban del Valle, ese día celebran su fiesta mayor. El impresionante Vítor en honor a San Pedro Bautista. Martirizado en Japón y nacido en esta villa de El Barranco. Es una fiesta más que recomendable. La suelen repetir en verano, para los hijos de San Esteban, que no pueden acudir al vítor de febrero. Pero esta de invierno a mi me parece mucho menos espectáculo y por lo tanto más espectacular.

Esta fiesta de gran interés, viene celebrándose desde el año 1.601. Este mártir nació en S. Esteban del Valle el 29 de julio de 1.545. Y murió martirizado por conspirar a favor de una posible invasión española, a manos del emperador nipón en la ciudad de Nagasaki, el 5 de febrero de 1.597. Junto a otros 25 compañeros más. En el año 1.891 con las reliquias del Santo, seguían guardadas celosamente en la ciudad de Toro.

Las Concepcionistas, sus guardianas, consienten en entregar a la villa natal del Santo, el su cráneo, a condición de que no olvidaran darle culto constantemente. Cosa que así se hizo. Este acontecimiento provoco el enfrentamiento a tiros entre dos villas vecinas y hermanas San Esteban del Valle y Villarejo del Valle.

Estos últimos molestos porque la cabeza no vino a descansar en su pueblo, a su paso por la Villarejo. A la mañana pusieron el cráneo de un burro a la entrada de San Esteban, con unas letras que decían: ”Ahí tenéis la cabeza de vuestro Santo”. Esto provocó una reacción inusitada de violencia. Incluso hubo al menos un muerto del bando de los de Villarejo. El enfrentamiento duró varios años. Teniendo los de San Esteban que abrir un nuevo camino, para subir el puerto, sin tener que pasar por Villarejo. El camino sigue en muy buen estado. Todo el al pie del majestuoso Torozo. Finalmente todo se arregló, tras el grave incendio que sufrió un barrio de Villarejo del Valle. Al acudir muchos vecinos de San Esteban para ayudarles a parar las llamas. Llamas que amenazaban con devoraron todo un barrio entero.

La fiesta se celebra desde el año 1.628, en dos fechas distintas. El Vítor de invierno, los días 4, 5, 6, 10, 11 y 12 de febrero. Y el vítor de verano, los días 6, 7, 8, 9 y 10 de julio. El vítor de invierno es el más autentico. El de verano se empezó a celebrar no hace mucho tiempo. Porque en San Esteban del Valle, como en el resto de poblaciones del Valle del Tiétar. Hay mucha población que por motivos laborales, vive fuera de la localidad. Por ellos se acordó celebrar en julio otro vítor. Ambos son muy diferentes. A mí personalmente me gusta mucho más el de invierno. El frío, la lluvia incluso. Las calles oscuras e iluminadas por teas de pino. Llenando el aire de un fragante humo, a modo de incienso purificador. Envolviéndolo todo de un halo misterioso y sagrado.

Tras la novena previa a la fiesta, se lleva la reliquia y estatua del Santo a una capilla de la iglesia parroquial. En invierno tradicionalmente a las andas del Santo se las adornaba con ristras de castañas cocidas. Que eran tiradas a los acompañantes; actualmente las castañas se han trocado en caramelo.

Tras los actos religiosos que comienzan de madrugada. A eso de la media mañana, la reliquia e imagen del Santo, son llevadas en solemne procesión a su ermita -ermita por cierto, que se levantó en el mismo solar de la casa del Santo- A cuya puerta se subastan los banzos. Al finalizar la subasta de los cuatro banzos de las andas de la reliquia y otros cuatro de la talla o imagen del Santo. A las 10 de la noche comienza el Vítor.

El vítor consiste en reunirse en la plaza donde se levanta la ermita del Santo –el año 1.679 su casa natal se destruyó, para levantar la actual ermita- donde se guarda la reliquia y estatua del Santo todo el pueblo. Algunos hombres y cada vez más mujeres, lo hacían y hacen, a lomos de las mejores caballerías. Todas ellas lujosamente engalanadas para ocasión. Esperando que salga un estandarte con la imagen del Santo, primorosamente adornado con cintas de seda y clavado en una cruz de madera de más de un metro de alta. Tablilla y estandarte al mismo tiempo que en San Esteban del Valle llaman, el vítor.

Todos los acompañantes llevan candelas y teas encendidas. Al tiempo que la iluminación eléctrica de las calles se desconecta, dejándolo en una mágica penumbra. Como os decía, todo el recorrido se alumbra con postes, donde arde la tea y miera de los abundantes pinos resineros de la zona.

La procesión la encabeza el hombre que porta el vítor. Tras él marcha el alcalde de la cofradía, escoltado por dos caballeros a cada lado, que portan sendos faroles. Tras el alcalde y los caballeros, marchan los pendones rojos de los mártires, escoltados por dos cofrades. Por último cerrando la procesión, todos los demás que van a caballo. Y detrás cerrando la comitiva todo el pueblo a pie.

El hombre que porta el Vítor, va parándose en las puertas y plazas señaladas, donde lanza una serie de décimas, en las que se cuenta la vida y martirio del Santo, y de exaltación del mismo, como por ejemplo ésta:

Qué instante tan deseado
Sí, Bautista, estoy aquí
Y a tu intercesión debí
Que este instante haya llegado
Si por mí fuiste invocado
Y a mí tendiste la vista
Permitiéndome que asista
Otra vez a esta función
Yo clamo con devoción
¡Vítor San Pedro Bautista!

Y al gritar la última frase, “Vítor San Pedro Bautista”, todos los presentes responden gritando; “Vítor, “Vítor”. Una de las paradas obligada una vez comenzado el recorrido. Es la casa del mayordomo mayor o alcalde de la cofradía del Santo. Y la otra parada en la casa del párroco. El cual reparte la bendición general a todos, desde el umbral de su casa. Acto seguido los caballos y sus monturas emprenden una carrera espectacular y enloquecida hasta la puerta de la iglesia parroquial. Carrera que para mí es el momento álgido de la fiesta.

Imaginad un pueblo con una arquitectura tradicional muy bien conservada. Con calles estrechas y laberínticas. Y con empinadas cuestas. La gente toda apostada en todo el recorrido de la enloquecida carrera de caballos. Apretada y nerviosa por ver los caballos sacar chispas de sus cascos, como si pisara sobre ascuas. El olor miera y de repente. Se escucha el eco de los cascos de caballos aproximarse. Y como rayos los ves pasar, a galope tendido. Espoleados, galopando como locos, sobre el cemento de las calles.

A veces, en algunas esquinas determinadas, la tensión se desborda. Cuando los jinetes más experimentados las atraviesan, rozando con sus monturas a la gente amontonada para sentirlo en carnes propias. Entre gritos se animo y otros de miedo al ver los caballos venírseles encima. Con todo he de decir, que jamás ha pasado ninguna tragedia digna de mención. Que no sea la caída de algún caballo, jinete o amazona sin mayor trascendencia.

Una vez que llegan a la iglesia, todos los caballeros y amazonas, se dirigen al cementerio, que está adosado al altivo tempo parroquial. Que más parece fortaleza visto en la distancia, encaramado a lo alto de la población. Pues bien como os decía, una vez en la iglesia parroquial, se dirigían al cementerio donde rezaban y pedían por sus difuntos, antes de bajar al pueblo.

Una vez terminada la vertiginosa carrera. En la capilla del Santo, se subasta el clavar el Vítor. Esto consiste en tener el honor de clavar en la pared de la capilla del Santo el estandarte o Vítor, acto que conlleva además el ser el año próximo su mayordomo mayor o alcalde.

Este cuando le van a entregar el vítor, antes de cogerlo de manos del mayordomo mayor vigente. Tiene que besarlo con devoción. Cuando le dice el mayordomo con el vítor en las dos manos, delante de todo el pueblo; “Bésale”. Entonces lo besa, lo coge y lo levanta en alto, con las dos manos, moviéndolo de arriba abajo. Ante la emocionada concurrencia, que lanza vítores sin parar. Todo termina cuando el nuevo mayordomo lo clava en la fachada de la ermita del Santo.

Margarita Dégano, me contaba que la costumbre del vítor, “arrancó en memoria de un fraile llamado Fray Pobre. Que al enterarse del martirio de su paisano. Salió corriendo por todo el pueblo dando la mala noticia. Repitiéndose desde entonces año tras año.

El día 11 de febrero a las cuatro en punto de la tarde. A toque de campana, re reúnen todos en la ermita del Santo, para besar su reliquia. Para que todo el mundo pueda besarla, la ermita permanece abierta durante toda la tarde. Besando el cráneo y la cruz de San Pedro Bautista.

Todo este fervor religioso se acompaña con animados bailes, juegos y fiestas de toros. Entre las que no faltan, las tradicionales capeas en la plaza mayor. Tampoco falta el sabor de la rica y variada tradición oral, en manos de improvisados corros y rondas tradicionales. En las que no faltan las bellas Toreras del Barranco.

Algunas personas que han acudido a tan peculiar fiesta. Se han sorprendido mucho cuando a la hora de pujar por clavar el Vítor. Solo pueden hacerlo los hijos del pueblo. Si eres de fuera, no puedes pujar. Pero esto tiene una explicación. Al parecer, hubo un año en el que pujó un forastero que clavó el vítor, pero no pagó ni un céntimo. Desde entonces y para evitar riesgos, como dicen en San Esteban del Valle; “…si es forastero, no vale”.

Dependiendo de la luna, en este mes suele celebrarse El Carnaval

El origen de estas fiestas hay que buscarlo en la prehistoria. En el origen mismo de la humanidad. Cuando los primeros grupos organizados, y sedentarios, de agricultores y ganaderos. Empezaron a ser conscientes del mundo que les rodeaba.

Tomando medidas y observaron el movimiento de los astros. Aprendieron a reconocer y predecir algunos fenómenos meteorológicos. Observaron el ciclo natural de renovación constante de la tierra. Sabían que a las duras y cortas jornadas invernales, daban paso a la fértil, cálida y abundante primavera.

Desconocemos cómo lo celebraban las tribus indígenas prehistóricas vettonas. Los romanos sin embargo celebraban las fiestas Saturnales en honor al dios infernal Saturno. También las llamaba Lupernicas. Fiestas estas entre las mujeres de romanas, salían a los montes, donde daban rienda suelta a todo tipo de excesos, especialmente los sexuales. Cubiertas con pieles de lobas y lobos. Ellos creían, que en este tiempo, ahora del carnaval. De la infernal cueva lupercal, salían montados a lomos de machos cabríos, los «Equites» o ecos. Pequeños seres del infierno, con cuerpo de hombre, largas barbas, cuernos y patas de macho cabrío (curiosamente igual que los demonios que aparecen en las leyendas tradicionales de estas tierras, mitad humanos mitad cabra…)

Los «Equites», o Ecos. Iban armados con largos palos. Con una cuerda atada como si fuera un látigo. Ta que en el otro extremo llevaban colgando calabazas y vejigas hinchadas. Con las que golpeaban a troche y moche, provocando con sus golpes la fertilidad. Curiosamente de nuevo, del mismo modo que los Machurrreros de Pedro Bernardo. Dice una coplilla recogida en Guisando a señora Dominguilla del Altozano:

“En esas sierras tan altas, está la puerta el infierno
sale el Eco y una cabra, valeroso caballero
Sale el Eco de su cueva, miedo, miedo, miedo, miedo”

¿Será el Eco de la coplilla guisandera, la reminiscencia de aquellos Equites romanos que salían montados sobre machos cabríos de las puertas del infierno? No lo sé, pero me parece todo más causal, que casual.

El tiempo de duración de los carnavales ha variado mucho a través del tiempo. Hasta la alta edad media, el carnaval duraba desde la Epifanía hasta la cuaresma. Por eso en los pueblos del Valle del Tiétar. El carnaval se celebraba en diferentes fechas. Como por ejemplo la Adrada que lo celebra el 5 de enero para San Blas y las Aguedas. Poyales del Hoyo, Hontanares, Montesclaros o Pedro Bernardo lo celebraban el 20 de enero dentro de las fiestas de San Sebastián.

Pero en la edad media el carnaval se recorto a los diez días previos, al miércoles de ceniza o cuaresma. Hasta que Felipe IV, junto con el eterno enemigo del carnaval, la iglesia. Se unen prohibiéndola y persiguiendo a los infractores con severas multas y excomuniones. Carlos III vuelve a restaurar los carnavales e introduce los bailes de mascaras de salón. Fernando VII los vuelve a prohibir pero solo por las calles. Pudiéndose celebrar únicamente en salones y lugares cerrados.

Durante la regencia de María Cristina, se restauran de nuevo. Sufriendo nuevos acosos e indultos sucesivos, hasta el final de la guerra civil y pos guerra. Que vuelve a prohibirse. Sin embargo y a pesar de la prohibición. En algunas localidades nunca se dejó de celebrar el carnaval.

Aunque tuvieron que pagar un alto precio. Al desaparecer mojigangas, jarramaches, máscaras, bailes a deshora, excesos varios, etc. Y quedar solo la parte religiosa. Como pudiera ser el caso de Guisando, o de Arenas de San Pedro. Donde el carnaval gira alrededor de misas para difuntos, ofertorios, bailes de banderas y poco más. Utilizando las mejores ropas de las arcas, para lucirlas ese día, en vez de disfraces.

A mí me gusta decir que nuestro carnaval, no es una fiesta en sí misma. Creo que más bien se tata, de varias fiestas unidas, Por eso en esta comarca la fiesta se nombra en plural, “Los carnavales”. En ella no solo se darán cita los elementos típicos del carnaval lúdico (cambio de rol, disfraz, critica a los poderes, etc.) o histórico-cultural (como fiesta y sacrificio ritual imprescindible para la renovación cíclica de la naturaleza. Pilar fundamental para el desarrollo de las sociedades agropecuarias)

Incluso me atrevo a decir, que en nuestros carnavales. Se mantienen elementos arcaizantes de antiguas creencias de tipo animista. En las que la presencia de ciertos personajes diabólicos, y siempre enmascarados. Salen por las calles, asustando a todo el mundo, con sus horribles mascaras de tipo diabólico o zoomórfico. Cargados de cencerros. Golpeando con varas, vejigas hinchadas o calabazas.

¿Pero que representan estos seres? Yo creo que representan a las fuerzas del mal, al invierno, a la muerte, a las enfermedades, a la oscuridad. Cosas estas que hay que alejar de alguna manera. Para facilitar el retorno de la primavera, y con ella de la vida en la naturaleza. Son los espíritus del invierno o del infierno, que salen a asustarnos. Pero que al final son vencidos y derrotados por la creciente luz solar. Volviéndose al averno de dónde salieron. Donde esperaran hasta volver a salir el próximo invierno.

En Arenas de San Pedro, y otras localidades de la comarca. El carnaval forma parte integral, de la fiesta de los quintos y la soldadesca. Yendo ambas unidas. Voy a empezar por el carnaval que mejor conozco. El de mi ciudad natal Arenas de San Pedro.

En la noble ciudad de Arenas de San Pedro. Una semana antes de empezar los carnavales. Las mujeres preparaban gran cantidad de alimentos, para no tener que guisar durante la semana de festejos. Y en muchos casos Ni siquiera pisaban por casa ni para dormir. Las familias que tenían un quinto que festejar preparaban más cantidad de todo. Pues era costumbre invitar a familiares y amigos, que se acercasen a felicitar al quinto, durante todo el carnaval.

las personas que no tenían esas preocupaciones, no se pisaban en las casas, si no era para reponerse de la fiesta. Comiendo de lo que habían dejado preparado. Los días de carnaval rara vez se juntaban para comer en familia. Cada cual acudía con su cuadrilla comiendo juntos, las mujeres por un lado y los hombres con los hombres.

Los quintos vivían durante todo esa semana, en una casa común que les dejaban, o que tenían algunos de ellos. En algunos pueblos las mozas hacían lo mismo. Como por ejemplo en Villarejo del Valle. Allí era costumbre “robar” la comida que tenían preparada las mozas, para pasar el carnaval. Asaltos que también podían hacer ellas y que siempre terminaba con divertidas peleas. Acabando todos por el suelo, incluidos platos y bandejas. Alegres riñas que al final siempre ganaban las mozas.

En este tiempo y fiestas, era muy normal formar corros y bailes en donde hubiera una guitarra. O alguien cantando. El cancionero tradicional de nuestra tierra, está lleno de ejemplos como los que os paso a continuación:

Ya vienen los carnavales, la fiesta de la fiesta de las mujeres,
La que no la salga novio, espere al año que viene.
Ya vienen los carnavales, la fiesta de la mujer.
Los pobrecillos maridos, se lo tienen to que hacer.
Miro esos carnavales, que buenos vienen.
Con las medias azules, refajo verde.
Los mozos van en enaguas, rebuscando por ahí.
Las mocitas retrecheras, con un cacho de mandil.
Anduve de carnavales, lo menos una semana,
Montadito regrese, encima una cabra cana.
Desde aquellos carnavales, no he conseguido otra vez.
El darme por un minuto, gusto con una mujer.
En Arenas manda Dios, y en la tierra los magnates.
En las iglesias el señor cura, las mozas en carnavales.
Dos curas en mi bodega, en tiempo de carnaval.
Uno se ha quedao dentro, otro no salió más.

Uno de los elementos principales de esta fiesta milenaria. Este líquido embriagador, tenía y tiene aún vital importancia en esta fiesta, junto con la limonada y los diferentes aguardientes o licores caseros. Como el rosoli de San Esteban del Valle, al Aguamiel de Villarejo del Valle, la dulce Angélica que hacen en las Cuevas del Valle, el vino Ligeruelo de Pedro Bernardo, o el vino Embocáo arenense.

En Arenas de San Pedro, desde las Navidades, hasta los carnavales, se solía en las tabernas y mesones, este cantar de ronda y exaltación al vino, dice así:

Iban caminando, tres por un camino,
Y se han encontrado, un charco de vino
Del charco de vino, fueron a beber
Cuando recordaron, borrachos los tres
Volvieron pa atrás, los tres otra vez.
Y al charco de vino, vuelven a beber.
Al charco de vino, cayeron los tres,
Cuando se levantan, borrachos tos tres.
Muy borracho el uno, más borracho el dos,
Y el tres tan borracho, que allí se quedó.
Iban caminando, por la carretera
Y se han encontrado, una cuba llena
Iban caminando, tres por un camino,
Y vienen borrachos, no han llevado vino.

El sábado de carnaval (Primer día de mojigangas y bailes)

El carnaval tradicional en el Valle del Tiétar. Tiene todos los elementos del carnaval antiguo. Incluyendo aquellas costumbres, que servían para dar salida a las represiones e injusticias del día a día. Actuando como una válvula de escape imprescindible, en una sociedad fuertemente jerarquizada y oprimida. Los disfraces más comunes para las mujeres consistían en vestirse de hombres. Salir con ropas de época o en ropa interior. Cuando no con los trajes militares de sus padres o novios.

En cuanto a los hombres solían vestirse de mujeres, o con las ropas puestas “al revés”, de clérigos, o con pieles, huesos y calaveras. Con patatas peladas y cortadas, se hacían exageradas dentaduras falsas. Otros se pintaban o tiznaban las caras, en un intento de ocultar su identidad. Del mismo modo en algunas localidades, usaban curiosas máscaras. Siempre dantescas, y con una intención clara. Asustar.

El sábado de mañana ya salían las primeras mascaras a la calle. Lo hacían por grupos “haciendo mucha bulla”. Sonaban los tambores y los quintos se juntaban, para celebrar su último día antes de ser tallado, y entrar en quintas. En las plazas y tabernas no faltaba música de gaitilla y también guitarreros. Aunque la muestra más bonita de rico cancionero tradicional de la comarca arenense. Son las melancólicas y armónicas tonadas y rondas de quintos cantadas siempre «a capela».

En algunos pueblos, como en la cabecera del partido Arenas de San Pedro. Los grupos de mozas se disfrazaban de “Jalbegadoras”. Para ello buscaban las enaguas más viejas o rotas, poniéndose un par de ellas o tres. Sin medias y en alpargatas. Con una camisa de lino blanco de diario. Una toquilla de lana vieja puesta al revés. Esto es el pico y nudo por delante. Y cruzado por la espalda. Y también puesto al revés, el mandil de ringurrango.

Este mandil de algodón, puede variar de color, pero no de decoración, todos eran iguales. Tres cintas de un solo color. Catorce rosas de tela con un botón en medio. Más otra cinta igual que la otra cosida en zigzag. Se tiznaban la cara con la tizne de los pucheros. Se ponían unos dientes de patata. Un pañuelo anudado en lo alto de la cabeza, que las ocultaba desde la frente a la nuca. Y el cabello. Y otro por delante a modo de bandoleras.

Rematan el atuendo un pellejo de carnero u oveja, con el que tradicionalmente se encalaban las casas. Y por lo tanto lleno de cal reseca. Que usaban para golpear sobre todo a los mozos. Poniéndolos perdidos de cal. Cuando algunos intentaban descubrir quienes eran, o las intentaban levantar el pañuelo de la cara. Incluso cuando intentaban hacerlas hablar. Por ver si de este modo podían reconocerlas. Las mozas se unían todas al grito de:

“Aguilón, aguilón, con la boca sí, con la mano no”.
Al tiempo que hacían salir por piernas a los osados. O también solían gritar estos versos;
Mascara cochina, mascara marrana, límpiate esos mocos, lávate la cara
Pelotón, pelotón, pelotón de la Gangana, Se metieron en la cama,
Los ratones se asustaron. Y los gatos se marcharon
Que no son palomitas todas, las que pican en el montón
Que no son palomitas todas. Que algunos palomitos son

Los chiquillos a su vez descargaban su frustración, con los pobres perros. A los que cogían y ataban a los rabos, ristras de calabazas, de latas o garabatos (largos palos que se les colgaba del cuello y que les impedía correr). Incluso por el carnaval, más de un perro y gato acabaron en la cazuela. En especial en las merendonas comunitarias, que organizaban los quintos y las mozas, en sus respectivas sedes. Engañándose unos a otros diciendo que era liebre o conejo, para burlarse y tomar el pelo a los que se lo comían, creyendo que era otra cosa. Como dice el refranero tradicional; “les daban gato, por liebre” pero literalmente.

Siempre ponían mucho cuidado en guardar y esconder bien las pieles. Pues después de guisados con legumbres o patatas y comido por los inocentes comensales. Al final de la comida los artífices del convite empezaban a murmurar; “miau, miau” o “Guau”. Al oír esto todo el mundo sabía lo que había comido, por si acaso no se habían dado cuenta, les sacaban las pieles, poniéndolas encima de la mesa. Había quien no podía por menos que vomitar. Y otros intentaban hacer la mejor digestión posible.

En el rico cancionero tradicional del Valle del Tiétar, hay coplas que hablan de esta broma de nuestros abuelos. Os paso algunas de ellas a continuación.

La perra de Casagata, es perra carnavalera
Que la guisaron las mozas, con unas sopas cachuelas
Pa que la coman los mozos, un martes de carnaval
no dejaron ni los huesos, del pobrecito animal
El martes de carnaval, no ves perros en las calles
Que se los llevan los amos, los encierran en corrales
La perra del tío Chiguagua, dichosa se va a llamar
Se la comieron las mozas, el martes de carnaval
los mozos corren los gallos, los gallos a las gallinas
las gallinas a los pollos, de correr nadie se libra

Así se las gastaban. Por fortuna esta costumbre un tanto bárbara, se dejó de practicar, en el siglo XX. Y volviendo al carnaval del Valle del Tiétar. Me gustaría decir, que esta fiesta siempre ha sido considerada, como “la fiesta de las mujeres”. A falta de un día en el que invertir los papeles y gobernara ellas. Como se hace en el resto de Castilla por Santa Águeda. En estas tierras, las mujeres disponían no de un día solamente. Sino de toda una semana de gobierno. En Arenas de San Pedro, los hombres solían cantar esta coplilla, que bien puede servir para ilustrar lo dicho.

Carnaval comida fría, que la mi mujer no está
Que se ha tenido que ir, la pobre de carnaval

Los otros protagonistas indiscutibles, eran los quintos. La entrada en quinta era considerada una gran fiesta. Un gran honor para las familias que se reunían en torno a su quinto. Festejándole y celebrándolo durante la semana. La semana de carnaval.

Días antes de la entrada en quinta las mujeres de la familia del quinto preparan grandes cantidades de dulces tradicionales y limonada. Las novias, y en caso de no tenerla, la madre o vecina. Les hacían vistosas escarapelas. En algunas localidades en el centro de las escarapelas se adornaba con un espejo, puntillas de bolillos, medallas, botones metálicos o con una estampa del Santoral. También les forraban los puros, con brillantes hilos de policroma seda trenzada. Y les bordaban en un pañuelito blanco de hilo, las iniciales del quinto y las de su prometida, entre ramitos de flores. Todo ello en tonos encarnados.

El quinto acompañado de su padre, algún hermano, el abuelo, padrino o tíos. Iba a comprarse el primer traje. El sombrero, los zapatos… y por supuesto los cigarros puros. Teniéndolo todo preparado para estrenarlo el domingo Gordo de carnaval. Día en el que se tallaba a los quintos en el Ayuntamiento.

También unos días antes del carnaval. Los quintos se reúnen en una casa que les dejaba, o que pertenecía a alguno de ellos. O un simple corral o cueva. Que les serviría para convivir juntos todo el tiempo que duraba su fiesta y la del carnaval. Entre todos ponían un fondo común, llamado “la vaca”. Con ese vino compraban una buena cantidad de vino. Carne, pan huevos y poco más. Todo lo necesario, para desayunar, comer y cenar durante toda la gran fiesta del carnaval.

En algunos pueblos los ayuntamientos colaboraban, regalándoles una serie de pinos del común. Tras seleccionarlos se subastaban a sobre cerrado, entre los abundantes madereros de la comarca. El que más daba se quedaba con ellos. Dinero con el que los quintos se permitían poder estar una semana entera de fiestas y excesos, a cuerpo de reyes. Mi quinta fue la última que gozó de esta tradición. Sacamos casi trescientas mil pesetas de los años ochenta. Con la que pagamos en el restaurante El Gallo de Oro, la comida y la cena de todos los quintos arenenses. Durante una semana. Alquilando además una de las discotecas del pueblo. New Live se llamaba. Donde todas las noches había fiesta.

También compramos un carnero, como era costumbre. Al que pintaron en los lomos el nombre del alcalde de entonces. Este cuando se enteró y nos llamó a su despacho, a los quintos que representábamos al resto. Entre ellos mi buen amigo Vidal Cantarillo. El señor alcalde nos echó un abronca de aquí te espero. Nos amenazó con quitarnos el dinero –que ya habíamos gastado- de los pinos. Por eso a Vidal se le escapo una risilla. El alcalde que se pensaba que se reía de él, dice dirigiéndose a Vidal:

¿Y tú por que no le has puesto el nombre de tu madre?
A lo que Vidal respondió como si no fuera con él:
«Jodé, pues si es un carnero, como le voy a llamar Manola»

Todos nos echamos a reír. Y cuando digo todos, digo hasta el alcalde. Que no pudo contenerse echándonos del despacho. Y obligándonos a borrar lo escrito en los lomos del carnero. Cosa que no se hizo por cierto.

Y es que durante el tiempo que dura la fiesta de los quintos, se les permitía casi todo tipo de excesos. Una vez terminada la fiesta, se les dejaría de tratar como niños, obligándolos a aceptar las reglas que supone entrar en la madurez. Por lo tanto era la última vez que se les iba a permitir y perdonar determinados comportamientos, como los anteriormente referidos y otros que os contaré a continuación.

Esta costumbre de dar un árbol a los quintos, puede estar relacionada con los antiguos “Mayos” del resto de España. Costumbre que muchos pueblos celebran durante las fiestas de invierno. Como el aliso que plantaban a la entrada de la iglesia, los quintos de Mombeltran, el domingo de resurrección. O el mayo adornado de Lanzahita.

Todos estos árboles suelen ser los más altos y derechos. Una vez elegido el árbol, era cortado y portado en carros por los quintos. Siendo también ellos los que lo plantaban. Allí, en torno a él danzan, juegan y comen. Durante el tiempo que dura la fiesta. Árboles que cavaban siempre en una buena hoguera. Hoguera en torno a la cual, seguían reuniéndose las frías noches, del final del invierno. En otras ocasiones la madera se vendía al mejor postor para hinchar más la bolsa de los quintos.

El domingo Gordo de carnaval. (El día de la soldadesca y las mascaras).

El domingo Gordo de Carnaval, era el día de la talla de los quintos. Para este rito, vestían y estrenaban su primer traje de adulto. Cada uno el que mejor pudiera permitirse. En su casa los miembros masculinos le acompañaban hasta el ayuntamiento. Por el camino era obligado parar en las tabernas y mesones.

En Arenas de San Pedro, la calle Mesones desemboca directamente en la plaza del ayuntamiento. Juntándose todos los quintos y familiares en ella. Cantando las tonadas de quintos, bebiendo vino. Y fumando por primera vez delante del padre. Lo que indicaba, que ya era adulto. Y podía hacer cosas de adulto, sin tener que pedir permiso a su padre.

Esos puros los forraban en casa las hermanas, madre y primas, trenzando hilos de seda. Adornándolos lo mejor posible, para que los luciera su quinto en el bolsillo de la chaquetilla. O en el ala del sombrero. Todos los quintos llevaban sus escarapelas al pecho y su pañuelito blanco al cuello. Los quintos no llevaban capa, pues según me contaban, la capa se la compraban para casarse, quién pudiera permitírselo. Por lo que los padres, abuelos y tíos, bien podían ponérselas ese día festivo.

Ese día, y más aún en ese momento previo al tallaje y sorteo. Todas las familias rezaban para que a los suyos, no les tocase lejos. O en lugares con conflictos bélicos. Había un ambiente de alegría, pero al tiempo también de una profunda tristeza. Que se refleja en la cadencia melancólica y tristona de las tonadas de quintos.

Aquellas familias que tuvieran la desgracia, de que a su quinto les tocase, por ejemplo “al África”. O a cualquiera de las colonias españolas de ultramar. Dichas familias no hacían fiesta alguna. Al contrario, la familia al completo, pasaba una especie de luto. Y a los padres en vez de felicitarles se les daba “el pésame”. Esa familia no celebraba nada, repartía entre los familiares y vecinos más cercanos, el gasto hecho en dulces, la limonada… llorando desconsoladamente.

Y no era para menos. Pues no era extraño que los mozos que iban a destinados a esas tierras, en caso de regresar, volvían enfermos o lisiados. De este modo, como para no temer y lamentar tamaña desgracia. Otros se quedaban en Filipinas, Guinea o Cuba, donde formaron sus familias. Sea como fuese, al que le tocaba un destino lejano en las colonias. Era como si se muriese, al no volverle a ver más. Os voy a pasar una canción de ronda arenense, que habla del tema.

Un soldadito se marcho a Cuba, y se despide de su nación
Adiós parientes, padres y hermanos, adiós Amelia del corazón
Adiós serrana, que ya me marcho, dentro de poco te escribiré
No es por quererte ni es por amarte, pero olvidarte jamás lo haré
A los dos años que en Cuba estaba, una gran carta el recibió
Era de Amalia la que el quería, que le decía que se casó
Cogió la carta la letreo, le dio un desmayo y se desmayo
Y una negrita que cerca estaba, con sus palabras le consoló
No tengo padre ni tengo madre, ni estoy casada ni tengo amor

Si usted quisiera mi buen soldado, yo le daría mi corazón
A los tres años de estar en Cuba, otra gran carta el recibió

Era de Amalia la que el quería, que le decía que ya enviudó
Yo tengo un hijo, si no lo sabes, en el convento de San Andrés
Riega las flores para las viudas, yo con las flores te esperaré
Cortando flores, para las viudas, para los viudos rosas morás
Pa la casada rosa encarnada y pa las mozas ramo de azahar
El soldadito mando una carta, con sangre roja del corazón
Tu bien viudita yo bien casado, tú con tus penas yo con mi amor

El abandonar la seguridad de la familia y del pueblo, era una aventura como dije incierta y temida. Por eso tanto los quintos, como las madres y novias. Solían hacer diferentes cosas para intentar alejar los malos destinos y el infortunio de ellos. Los quintos del Arenal por ejemplo, consideraban que si conseguían coger un hueso humano en el cementerio, una noche de luna llena, les libraría de un destino fatídico. Algunos cabreros escondían una cuerna de cabra llena de vino y tapada con una tapa de corcho. A la vera de un camino por el que no volverían nunca más a pasar.

En todos los pueblos los quintos solían recurrir a los patronos locales, para pedirles protección y amparo. Dejando la escarapela a modo de exvoto como el caso de los quintos candeledanos. Que dejaban en el camarín de la Virgen de Chilla sus escarapelas, adornadas con medallas y estampas de esta preciosa imagen serrana. Los areneros iban hasta San Pedro en romería a rezar y a pedirle al Santo su intercesión, allí las madres les compraban una medalla del Santo que les acompañaría hasta cumplir el servicio. Cuando aún existía el convento de los agustinos, donde estaba la imagen de la patrona la Virgen del Pilar de Arenas. Hacían lo mismo que en San Pedro.

En Pedro Bernardo el Domingo Gordo de carnaval se celebraba de forma muy distinta. Ya que desde al primer domingo del año, hasta el domingo Gordo de carnaval. Cada domingo durante todo el día salían los Machurreros. Solían ser los quintos. Vestían ropas militares antiguas guardadas en las arcas familiares. Llevaban una máscara de madera con rasgos antropomorfos y diabólicos, que les cubría solo media cara. Concretamente desde el labio superior, hasta la frente toda.

Se colgaban cencerros de la espalda y al cinturón. Y portaban una vara –a veces a la vara le ataban una cuerda con una vejiga hinchada en el otro extremo- con la que “cimbreaban” a los chiquillos que los tenían terror. Salían de incógnito cada cual de su casa cuando le apetecía en solitario o en grupo. Participando también en la procesión de San Sebastián.

En Guisando los quintos y algún que otro hombre adulto, se vestían de Jarramachos o Jarramaches. Del mismo modo que en Arenas de San Pedro, el Hornillo o el Arenal. Vistiendo con sacos y costales rotos de arpillera, o pieles curtidas. También llevaban colgando de la espalda un buen número de cencerros, y sus mascaras en este caso de tipo zoomórfico. Usando para su decoración cuernas de reses crines, colas, pieles, huesos o como decimos por aquí “zanjarrones”. E incluso cabezas de algunos animales disecados, como por ejemplo jabalíes, lobos, zorros o ciervos.

En Navalosa, localidad situada en la vertiente norte de Gredos, en la cabecera del Alberche, se siguen celebrando unos interesantísimos carnavales muy parecidos a los que se venían celebrando en la vertiente sur. Donde los protagonistas siguen siendo los Cucurrumachos.

Lunes de carnaval. (el día de los gallos).

Al día siguiente, en Arenas de San Pedro, se le conoce tradicionalmente como “Lunes de los Gallos” ya que ese era el día, en el que los quintos arropados por toda la población. Corrían los gallos. En otras localidades, los gallos se corrían otro día, pero el rito en sí, varia poco. Muy poco.

Las carreras de gallos eran un gran acontecimiento social. Un momento importante para las familias que competían entre ellas de diferentes formas. La principal era ver quien llevaba el mejor caballo, la mejor montura y arreo. Las mejores ropas o galas. Y por supuesto el gallo más gordo, y bonito de cuantos hubiera. Para no fallar en la carrera, y quedar humillados públicamente. Los quintos entrenaban antes del día señalado en el campo lejos de las miradas curiosas. Lanzándose al galope tendido, mientras soltaban las riendas, para dejar libres las manos. En un alarde de virilidad que precisa de gran complicidad entre jinete y montura.

Llegado el lunes de los Gallos, los quintos delante a lomos de sus mejores caballos, y orgullosos cada uno con el mejor gallo de la casa. Gallo al que se cuidaba y cebada en las casas, de forma especial. Reservándolo para este momento. Y que el que podía permitírselo, compraba en las ferias para tal fin. Luciendo la “enjalma” bordada. Y el cabezal con madroñeras. Se dirigían todos a un punto determinado. En el que secularmente, se llevaba a cabo este acontecimiento. En Arenas el lugar elegido era el Paseo de Santa Lucía. A la salida de Arenas, en dirección a Guisando.

Es un lugar sin cuestas, y con frondosos árboles a ambas orillas. En los que colgar la soga de la que penderían los pobres gallos, boca abajo. Cerca de los árboles en donde colgaban la soga. Solían ponerse las novias en primer plano. Y el resto de mozas entorno a estas. La soga no es atada de forma fija. Permitiendo subir y bajarla a gusto de los que tiraban de ella. Que generalmente eran los quintos salientes del pasado año.

Esto permitía ponérselo más difícil a los corredores. Pues cuando iban a echar mano a la cabeza del animal. Subían la soga para que no lo cogiese, y tuviera que echarse otra carrera más. Cuando algún quinto conseguía arrancar la cabeza del gallo, todo el mundo le coreaba y vitoreaba. Máxime si se la había cortado al suyo propio. Acto seguido tiraba la sangrante cabeza al mandil de la novia, o de las mozas, que allí estaban. La afortunada se apresuraba a cogerla y exhibirla. Para que todo el mundo viese que fulano le había dado a ella, y no a otra la cabeza del gallo. Ya que en este acto simbólico, siempre estaba implícita una declaración de amor pública.

A veces la moza, si no le gustaba o quería al quinto. Retiraba el mandil dejando caer la cabeza a tierra. Lo que se consideraba como un desprecio por parte de ella. Esas cabezas nadie las recogía. Acababan siendo comida para los gatos, perros y cerdos. En esta especie de torneo, la mayor proeza consistía, en lanzarse a galope. Con las manos atrás. En pié sobre los estribos. Y así de esta manera, arrancar la cabeza del gallo, con los dientes. Quedándoselo en la boca.

La carrera terminaba cuando no quedaban gallos que correr. Luego a la noche las madres o las novias les asaban los gallos, que se comían entre risas y los excesos del abundante vino, recordando las anécdotas de la carrera sobre todo las caídas o fallos de los jinetes.

Este juego y tortura hacía los pobres gallos, era considerado socialmente como demostración de fuerza, agilidad, valentía, etc. En fin todos los arquetipos que se le atribuían al hombre guerrero. Pero ¿por qué el gallo y no otro animal? Yo creo que es por la doble simbología tradicional, asociada a la imagen del gallo. Para los católicos, y cristianos en general, el gallo representa la negación. Al recordar el pasaje de la pasión de Cristo, en la que Pedro niega tres veces a Jesús, antes de que el gallo cantase tres veces. Con ese sentido simbólico, se colocaron gallos en las veletas de los más altos campanarios.

Pero por otro lado, antes de la llegada de Cristo, el gallo era un símbolo pagano de virilidad, de fertilidad. Usado también para rituales de adivinación o elaboración de pócimas y remedios mágicos. Con este sentido simbólico, creo yo se eligió a este animal, para sacrificarlo de semejante forma. Colgándolo boca abajo, arrancándole la cabeza y dejando que la sangre caiga sobre la fría tierra. Mientras el animalito se desangra lentamente. Sino como explicar no solo este rito, sino otros en el que el gallo, es el principal protagonista.

Veréis. Hace tiempo le pedí a mi padre, que me contase como eran las fiestas del carnaval. Y de los quintos cuando celebró su quinta él. Me comentó que su quinta ya no corrió los gallos. Pero que de niño si lo había visto varias veces. Para mi sorpresa me contó que desde el carnaval hasta las ferias. La última semana de agosto. En Arenas de San Pedro, todos los domingos había personas que criaban o compraban gallos. Iban al río cogían unos cuantos gorrones (cantos rodados) del tamaño justo para que quepan en la mano. Luego colgaban un gallo boca debajo de una cuerda, en los lienzos del castillo. Y a cambio de unas perras, el que diera al gallo desde una cierta distancia, aplastándole la cabeza contra los duros muros. Se le llevaba.

Otros enterraban un gallo en la plaza del castillo. Dejando solo sobresalir la cabeza. El que a cierta distancia, le diera en la cabeza matándole. Se lo llevaba. Después de pagar lo que fuera por cada tiro. A estos juegos, jugaban sobre todo chavales jóvenes. Que demostraban así sus habilidades y puntería, alardeando de ello delante de las mozas. Incluso algunos se vendaban los ojos con tal de llamar la atención deseada.

Sinceramente, lo primero que pensé. Es que era una verdadera salvajada. Pero mi padre sin intentar justificarse de nada. Siguió hablando y me dijo; “Es que la sangre del gallo, era necesaria para despertar la tierra”. Dando a entender, que la sangre del gallo tenía el poder sobrenatural. El de despertar a la tierra tras el duro invierno. Devolviéndole la vida. Regenerándola. Por lo tanto el sacrificio estaba justificado, según esta creencia.

Esa fue su respuesta de mi padre. Que coincide con el sentido que tenían, los antiguos ritos agropecuarios del carnaval arcaico indoeuropeo. En los que los sacrificios de sangre, eran parte vital para la regeneración y fertilidad de los campos. Regándolos literalmente con la sangre de los animales sacrificados, incluyendo entre estos al ser humano.

Otra costumbre relacionada con el gallo. Consistía en que durante el carnaval, los quintos robaban y se comían los gallos que andaban sueltos por la calle. Sin que los propietarios del animal, pudieran hacer nada para recuperarlo. Por eso la semana de carnaval. Se guardaban bien las gallinas y sobre todo los gallos en el corral, sin dejarlos salir a la calle, hasta que pasara el carnaval y fiesta de los quintos.

Robo, que era considerado como una chiquillada más. Otras trastadas como la de robar tiestos de balcones y ventanas. Cambiándolos de sitio, o colocándoles en las “ciratas” de las fuentes o a las puertas de las parroquias. Donde iban a buscarlos las dueñas medio enojadas medio halagadas. Para realizar esta broma, se valían de la seguridad que de la noche. Actuando siempre, con nocturnidad y alevosía.

En otros casos se limitaban simplemente a destrozados, con la ayuda de largos palos y ganchos. Por eso las mujeres del Valle del Tiétar, los días del carnaval. Solían guardar los tiestos lejos del alcance de las manos y ganchos de los quintos. Evitando de este modo que se los robaran o que se los rompieran. Sin embargo para los quintos esta costumbre de desflorar los corredores, balcones y ventanas. Tenía otro sentido. Era considerado como una especie de anuncio ilustrativo, destinado a las mozas. Avisándolas de que dejaban de ser niños, o dicho de otra forma querían decir que ya eran hombres.

Los quintos se, como ya os he contado. Solían reunirse todos en una casa común. En la que compartían todo y donde iban guardando, los chorizos, morcillas, huevos, aceite, patatas, vino, panes, etc. que habían recaudando previamente por todo el pueblo. Echando a las aguaderas o costales de un borriquillo, los productos que los vecinos les iban dando. Los quintos solían salir a pedir chorizos y huevos. Pero cada cual le daba lo que tenía, incluyendo dinero. Uno de ellos se encargaba de llevar las cuentas, a este quinto líder se le llamaba de diferente forma dependiendo de las localidades (el Vaca, el Vaquilla, Capitán o General, en algunas localidades también se elegía Capitana y o Generala, que solían ser las novias de los capitanes y Generales).

Esta pareja que se comprometía públicamente, representaba la continuidad de la vida. Eran la cabeza de las Soldadescas. En algunas villas como en la Arenas de San Pedro del siglo XVII por ejemplo. Esta procesión de la Soldadesca, tenía un boato importante. El domingo gordo tras ser tallados y sorteados. Acudían a la puerta del Altozano de la parroquia donde el General y la Generala del pasado Carnaval, recibían la bandera de Ánimas de la villa de manos del párroco. Que era el que la guardaba año tras año, pasándosela a los Generales o Capitanes de hogaño.

La bandera de Ánimas arenense, era de rombos blancos y negros. Con un roel amarillo en el centro con rayos solares. Dentro de este roel otro más de color negro. Y en él, unos dicen que había dos huesos y una calavera –como la bandera pirata- y que tiene sentido, al llamarse de Ánimas. Y otros afirman que llevaba una flor de lis. Que también tiene sentido, al ser Arenas de San Pedro, villa de la Casa del Infantado. Y lugar de residencia del infante Luís de Borbón, hermano de Carlos III en el siglo XVIII.

A la Generala y el General, les acompañaba en todo momento, los tambores. Y tras estos, el resto de quintos con sus novias o amigas, en la grupa de sus monturas. El gasto de los tambores lo pagaba el ayuntamiento. Pero se custodiaban, del mismo modo que la bandera y el traje de general, en la parroquia de Arenas de San Pedro.

Dos monaguillos con sendos cepillos, acompañaban el séquito. Para recaudar el dinero que los vecinos iban dando, a su paso, por las principales calles de la ciudad. El General llevaba una bandera llamada de Ánimas. Y en cada parada en las plazas y calles donde más generosos eran con los donativos. El general se la pasaba a quien la quisiera tender o bailar.

Formándose animados corros, en los que los mozos hacían verdaderas proezas con dicha bandera. Lanzándola por los aires. Pasándosela por debajo de las piernas tirados en el suelo…
El dinero recaudado en los cepillos por los dos monaguillos. Era entregado al cura, para que dijera misas a los difuntos del año. De ahí el nombre de la bandera. Bandera de Ánimas.

Durante el recorrido, y sobre todo en las paradas. Los monaguillos postulaban diciendo:

“Una perrilla, pa las ánimas benditas”

La Soldadesca, tenía un punto álgido casi al final el recorrido de la misma, por las calles arenenses. Calles entre las que no podían faltar, las más principales y aquellas en las que viviera algún quinto. Y que siempre desembocaban en la calle de Las Ánimas. Calle que va a dar directamente a la plaza Mayor, donde está el templo parroquial. En dicha calle con la luz de las antorchas, y todo el mundo muy apretadito, se cataba la Generala. Haciendo llorar de emoción y sentimiento a todos los presentes. Y en especial a la Generala, los quintos y sus familiares. Actualmente la calle se llama Adolfo Cejudo.

La cantidad de dinero recaudado en la Soldadesca era de consideración. En el año 1839, constan en el Libro Miscelánea, y cuentas parroquiales, los 669 reales que ingresó la Soldadesca. Después de pagar al cuestador y a los tambores. Fuertes ingresos, para las ánimas benditas del purgatorio. También se puede ver por las cantidades ingresadas en las arcas parroquiales. Que no todos los años se hacían. Ya que los años que llovía, la Soldadesca arenense no salía. Como me decía la Tía Rafaela la Sortijona, “se estropeaban las ropas buenas”.

Los años que no podía salir la Soldadesca por las calles. Se reunían todos al atrio de la puerta del Sol de la parroquia. Rezaban un padre nuestro y una salve, todos juntos, por las ánimas, sin entrar en el templo. Depositando en un cepillo que uno de ellos llevaba, cada uno lo que buenamente podía.

Siguiendo estos datos, y con la inestimable ayuda del maestro y amigo, Eduardo Tejero Robledo. Podemos remontar esta costumbre, al menos hasta el año 1621. Pues en los libros de cuentas parroquiales, aparecen registrados los seis ducados entregados por la soldadesca, el día seis de noviembre, para las Ánimas. Ingreso que quedó reflejado también en el libro de acuerdos del Ayuntamiento, catalogo nº 200 – 201.

Don Marcelo en su Almanaque Parroquial, también recoge interesantes datos al respecto. Como un comentario hecho por un erudito en el siglo XVIII. Dice así haciendo referencia al Ofertorio del martes de carnaval:

“…Vistoso con el baile de estandartes y postulación presidida por el cabildo eclesiástico y secular, a la que seguía la subasta de frutos, y el ayuntamiento entregaba una cantidad fija de cuarenta reales, en la función de las ánimas…” (Me llamó mucho la atención que dijera “estandartes” en plural. En vez de en singular. Quizá había dos banderas de ánimas y no solo una. Y por eso unas personas la recuerdan con las tíbias y la calavera y otras otras con la flor de lis. Habrá que seguir buceando)

En Arenas de San Pedro y en Candeleda, que yo sepa, se ha conservado un cantar de ronda llamado la Generala. Son muy parecidos en el texto, que no iguales. Y muy diferente en la melodía que se canta en cada población. Yo os voy a pasar a continuación la versión de Candeleda. Dice así.

Ya resuenan los clarines, ya relucen las espadas
Músicos de cuatro en fondo, a cantar la Generala
A cantar la Generala, que me voy a emborrachar
Cuatro hay en fondo, nos las vamos a gastar
Nos las vamos a gastar, en vino y en aguardiente
Y si nos emborrachamos, nada le importa a la gente
Nada le importa a la gente, nada le importa al vecino
Y si nos emborrachamos, la culpa la tuvo el vino

Estas procesiones de la soldadesca. Los tambores. Y las tendidas de la bandera. Se repetirían el lunes por la mañana siendo la del martes la más espectacular. Y en la que de una forma directa o indirecta participaba todo el pueblo como veremos más adelante.

Por otro lado, durante todo el tiempo que duraba el carnaval. Había bailes públicos en las plazas. Animados por la gaitilla, que costeaba el concejo. Y a partir de finales del siglo XIX empiezan a aparecer los primeros salones de baile privados. El baile tradicional se abre y se cierra con uno de los pocos bailes que tiene coreografía concreta en la Vera. El Rondón. O mejor dicho los rondones. Ya que en cada pueblo se baila de una forma, aunque todos utilizamos los mismos pasos. Tema que trato extensamente en el apartado dedicado a las danzas y bailes tradicionales.

Otra de las costumbres de quintos muy extendida por todo el Valle. Era el de tirar a las mozas y a los forasteros a los helados pilones de la fuente. A ellas por que sí. Y a los forasteros, por no invitarles a beber vino. Ya que era tradición para los carnavales y en las bodas de mozas del pueblo con forasteros. Que estos en ambos casos invitasen a vino a los quintos de ogaño. En compensación por llevarse “una de sus mozas”.

De todos modos no todos los mozos cumplían con el servicio militar. Aquellos que podían permitírselo, pagaban a otro para que fuera en su puesto. En Arenas también había una curiosa costumbre. Si algún quinto no daba la talla. Se le volvía a medir y tallar otra segunda vez. Y una tercera más si era preciso. Si a la tercera seguía sin dar la talla, el mozo se libraba del servicio militar. Los hijos únicos de las viudas, también se libraban del servicio militar.

El martes de carnaval. (El día del Ofertorio).

El martes de Carnaval es el día grande. Por la mañana, al son de los tambores. Sale la Soldadesca desde la plaza Mayor, los quintos, mozas y acompañantes visten sus mejores joyas y ropas tradicionales. Los llamados trajes Serranos y Artesanos. Con gran pompa recorren el pueblo. Tendiendo la bandera de Ánimas, y recogiendo los productos que a su paso les van ofreciendo los vecinos. Productos que se guardaran y llevaran a la casa del párroco, para el posterior Ofertorio. Ofertorio que siempre tenía lugar en la plaza mayor, a las cuatro en punto de la tarde.

A esa hora, debajo del balcón del ayuntamiento, se coloca una gran mesa alargada. Cubierta con un paño negro, con dos galones de oro y un ribete de flecos del mismo material. Sobre el paño negro se colocaba un crucifijo. Dejando el resto de la mesa libre para ir poniendo todo lo que se iba a subastar a continuación.

Tras la mesa se sentaban la autoridad local tanto civil, como religiosa y algún que otro personaje más o menos relevante en la vida social local. Todo empieza con el sonido de los tambores y la tendida de la bandera, por parte de quienes quieran hacerlo. Provocando los aplausos y la admiración de los presentes, que abarrotaban la plaza luciendo sus coloridos trajes. Sin que los tambores dejaran de resonar con fuerza.

Entre tendida y tendida de la bandea. De cada boca calle que da acceso a la plaza salían a ofrecer hombres y mujeres lo mejor de sus casas. Las mujeres se cubrían la cabeza con mantellinas y los hombres se descubrían la cabeza, quitándose los sombreros. En una actitud de respeto propio de tal ceremonia. Avanzando sin prisa y con gracia hacia la mesa donde depositaban su ofrenda para que se subastase, saludando a los que en ella estaban sentados.

A medida que se iban presentando los productos. Se iban subastando partiendo de un módico precio inicial. Comenzaba la puja y el que más diese se lo llevaba. Se solían ofrecer los más variados productos, pero eso sí fuera lo que fuese cada uno ofrecía lo mejor de lo mejor. La persona que ejercía de oficiante, o subastador. Solía repetir la misma frase: “… tantas pesetas por esta bandeja de perrunillas ¿Quién da más? Dan tanto a la una, a las dos y a las tres”. Los asistentes intentaban alargar la puja gritando frases como estas: Que no llueve. Dónde está el fuego. Que ya ha pasao la tía Pilar –la Tía Pilar fue la última campanera de Arenas, la mujer más madrugadora de la ciudad. Siendo este un dicho muy común entre nosotros-

En el ofertorio se hacía gala del poder familiar. Las mujeres competían con las mejores ropas colgándose todos los aderezos disponibles. Fruto de la herencia y sudor de varias generaciones anteriores. Las mujeres de Pedro Bernardo para estos días, lucían vistosos güardapieses o refajos de paño y de terciopelo. Ricamente bordadas con brillantes hilos de seda, en los que abundan motivos florales, pájaros y mariposas alternativamente. Adornándose los rizos y trenzados de su peinado tradicional, con flores del campo concretamente siemprevivas. En los carnavales al igual que en las bodas las mujeres lucían las joyas familiares con un claro sentido de ostentación. Habiendo joyas de muy buen oro y factura, con más de doscientos años de vida útil.

Para los ganaderos y para los agricultores, era una buena oportunidad, para que todo el mundo viera lo buenos que eran sus productos. Fruto de un duro trabajo. En el ofertorio había determinadas ofrendas, muy solicitados. Y que llegaban a subir mucho el precio real de los mismos. En estos casos, siempre se picaban dos o tres, por llevárselo. Subiendo mucho más aun el precio que tenía. La puja por ver quién se lo llevaba a su casa.

Así pasaba la tarde del martes de carnaval. Luego cada uno se llevaba a casa lo que había comprado. El dinero era entregado a la parroquia, para que siguiera diciendo misas por las almas de los fallecidos durante ese año. Y tras el ofertorio, cada cual se iba a su casa para guardar de nuevo los aderezos y cambiarse de ropa, para ir al baile. Como dice el Cantar de la Gitanilla, en la versión de Arenas de San Pedro:

El martes de carnaval, de gitana me vestí
Y me fui al salón del baile, por ver a mi novio allí
Le vi sentado en un banco, me miro y se acerco a mí
Le dije que, qué quería, qué le traía por aquí
Gitana, buena gitana, dime la buenaventura
Si te la voy a decir, porque soy gitana pura
Tu eres un hombre moreno, que tiene buen corazón
Pero tienes una falta que eres un camelador
Camelas a dos mujeres, y esas te las digo yo
Una morenita guapa, y otra rubia como el sol
Si te casas con la rubia, has de ser un desgraciado
Si te casas con la otra, serás rico afortunado
Has de tener siete hijos, que ganen siete batallas
Para que reine su hermana, en los reinos de Granada
Has de tener una casa, rodeada de jardines
Con una fuente en el medio, que riegue los “alelises”
Yo me caso con la rubia, aunque no sea afortunado
Y desprecio a la morena, aunque sea un desgraciado
Bueno pues mira me marcho, que mi novio a mi me espera
Si quieres saber quién soy, soy tu novia la morena
Y se va la gitanilla, con el pañuelo terciao
Y la mano en las caderas, todito se lo ha acertado
El mundo es un carnaval, con careta de traidor
Quien no la lleva en la cara, la lleva en el corazón

En los últimos carnavales tradicionales de Arenas de San Pedro. Se organizaban tres bailes. El baile de los ricos, el de los pobres y en la plaza Mayor, el baile de las criadas. Ni que decir tengo quienes acudían a cada uno de ellos. Los salones de baile a mediados del siglo XX eran el del Tío Mochila y El Casino. Los últimos hombres que llevaron la bandera de Ánimas y tocaron los tambores fueron; el Tío Pedro Peces, el Tío Goro, el Tío Fileto, el Tío Caneo, el Tío Piñones, el Tío Bichillo y el marido de la Tía Aguardentera.

La Tía Encarna Díaz, La Zampa. Con ella y sus hijas Jesusa, Julita, Manolita y Avelina y su hijo Isidoro que hacía siempre de monaguillo nunca faltó animación. Otros se disfrazaban “de potras”, con pieles como si fuesen bestias de tiro. Poniéndose todos los arreos y aperos, como si fuesen a arar. Incuso había algunos que de dos en dos se uncían con un yugo. Llevaban uno o varios cencerros colgando de la tripa y llevaba un costal con castañas atado a la cintura junto a los cencerros. Estos hombres vestidos de bestias, en la espalda llevaban una mullida chepa rellena de tela o un cojín bajo las pieles.

Con estos iba otro hombre con la boca tapada con un pañuelo lo mismo que las jalbegadoras. La cara tiznada, y ropas viejas, rotas y puestas del revés. Este lo mismo se liaba a palos con las pobres Potras, intentando que le obedeciesen. Como les convidaba a vino que llevaba en una calabaza o bota. Cada vez que les daba de palos, los de la Potra hacían como si se espantasen, tirando coces a diestro y siniestro.

Pero cuando les convidaba a vino, las Potras tiraban –mejor dicho hacían como si defecasen- puñados de castañas. Mientras que el mozo que hacía de gañan, tiraba ceniza que llevaba en el zurrón. Sobre todo a todo aquel que se agachaban a recoger las castañas que tiraban las Potras cada vez que daban un trago de vino.

Las mozas cuando veían venir a los de la Potra con el gañan. Los llamaban e incitaban a que las acometiesen, defendiéndose de ellos utilizando sus grandes mandiles, a modo de improvisados capotes. Los chiquillos hacían lo mismo, e intentaban tocar el gran cencerro o cencerros que colgaban de sus barrigas. Conseguirlo se consideraba una gran proeza.

Estos mozos vestidos y actuando como bestias indomables y agresivas. Representan justamente eso, la fuerza bruta, la fuerza animal. En lucha constante con la inteligencia y la razón representadas en la figura del gañan.

Me gustaría antes de continuar, hablar un poco de la máscara. En todos los pueblos que las han conservado, las mascaras tienen nombre propio. Se visten de una forma muy determinada. Y suelen llevar gran cantidad de cencerros colgando de su cuerpo, y algo con lo que golpear. Y su función principal parece ser que es la de dar miedo, la de asustar y acosar.

Pero la intencionalidad de ocultar la identidad, para asumir otra de carácter mágico. Va más allá. Decía Crispín Blázquez, de Pedro Bernardo, esta bonita copla, que a mí parecer, resume perfectamente lo os quiero decir. Dice así:

El demonio que sale, el uno de enero
el demonio que sale, es Machurrero
¡Ahí viene, por ahí viene!

En la pintoresca villa de Guisando, sigue haciendo una procesión y una misa. Vistiendo las mozas sus ricos trajes y aderezos. Algunas, las más jóvenes y solteras. Iban vestidas con varios pares de enaguas, y un pañuelo cruzado con el pico adelante, del mismo modo que las Jalbegadoras arenenses. Se adornaban la cabeza con coronas hechas de ramas de hiedra y flores de temporada. La Generala de Arenas también llevaba flores de temporada en el pelo debajo de una peineta. Y sus amigas coronas hechas con yedra, como las mozas de Guisando.

En Piedralaves el carnaval era una obra de teatro, en la que participaban todos. Los quintos al son de rabeles e instrumentos de percusión. Que fueron sustituidos en el siglo XIX, por guitarras, laudes y bandurrias. Danzaban antiguas danzas de espadas. Que en Piedralaves llaman “Paligoteos”. Como el paligoteo de las Luminarias, o el de las Palomitas. Viejas danzas que han sabido mantener a través del tiempo hasta nuestros días. De hecho es la única localidad del Valle del Tiétar, en la que se conocen este tipo de danzas rituales. Aunque ha quedado constancia bibliográfica de danzas de espadas en la romería de San Pedro de Alcántara, en Arenas de San Pedro.

De todos los paligoteos de Piedralaves, hay uno muy especial. El Maquilandron. Esta danza arcaica, representa todos los excesos y vicios humanos. Por lo que una facción de la población quiere que muera. Mientras que los demás abogan por su indulto. El Maquilandron era un pelele, que representa todo lo malo en especial, todo tipo de vicios. Era construido siguiendo un rito invariable y casi secreto. Salía siempre del ayuntamiento. Y tras ser manteado, y humillado por las principales calles de Piedralaves. Siempre acababa muerto quemado en una improvisada hoguera. Volviendo a resucitar el siguiente carnaval.

Una fiesta que deberían intentar recuperar ya que quedan no poca documentación al respecto. En Piedralaves los carnavales siguen siendo una de las fiestas más importantes del invierno si no la que más. Viviéndose aún hoy en día con gran pasión.

En La Adrada el carnaval lo celebran el cinco de enero, para San Blas fiesta que se la conoce con el nombre de “la tizne”. En otros pueblos como Pedro Bernardo, Montesclaros o Poyales del Hoyo, en las procesiones de San Sebastián cada 20 de enero “acudían los fieles al templo con gran escándalo y fanfarria vestidos con mojigangas y con gran profusión de tiros y cohetes”, costumbres que sabéis, erradicó la iglesia bajo pena de excomunión a partir del siglo XVIII.

En otros pueblos como en Lanzahíta los quintos traían alternativamente, un pino o árbol que cedía el ayuntamiento al pueblo, el día 2 de mayo “el Pinocho”. Y al año siguiente se traía y plantaba “el Mayo” (más grande y alto que el Pinocho). Estos árboles se traían en carros tirados por bueyes. Adornados con flores y cintas. Clavándose en el medio de plaza mayor, donde se exponían para posteriormente, ser vendidos al mejor postor. Durante el tiempo que los árboles estaban clavados en la plaza. Los quintos organizarían animados bailes entorno al mismo.

En Cuevas del Valle los quintos se reunían el día de Todos los Santos, 1 de noviembre. Para ”comer el macho”. Para ello se compraba un macho cabrío, al que adornaban con cintas y una escarapela en la frente. Se lo llevaban al campo, donde hacían una buena Moragá –carne de cerdo asado a la brasa- que se comía en un ambiente festivo y comunal. Y a la vuelta al pueblo, hacían con el macho cabrío, una especie de capea, los quintos corriendo tras el macho, hasta llegar al pueblo.

En Cuevas del Valle, los quintos finalizaban la semana de fiestas. Haciendo un animado Vítor, recorriendo y pidiendo por casi todas las calles de la población. Y en las puertas donde no se les había dado nada, se cantaba mal como venganza. En Arenas los quintos de la ciudad y los de los tres anejos la Parra, Ramacastañas y Hontanares, se reunían y se repartían equitativamente, el dinero sacado por los pinos.

En otros pueblos, como en Mombeltran, un año antes de entrar en quinta. Los mozos “cogían la bota”. O dicho de otro modo. Los quintillos, el sábado víspera del domingo de resurrección. Amparados por las sombras de las por entonces, mal iluminadas calles. Llenaban una bota de vino con el que iban invitando a los que les dieran alguna perrilla. El dinero recaudado se gastaba en una buena merienda para todos.

También en la villa de Mombeltran, los quintos entrantes, hacían un arco con ramas, cintas y flores a la subida de la iglesia. Bajo el que pasaría la procesión del Encuentro. Este arco debía ser muy alto, pues era para los quintos símbolo de hombría hacerlo lo más grande y visotoso posible. Intentando superar el puesto el año anterior.

Además olían cortar un gran aliso, que colocaban en el recorrido de la procesión con un letrero alusivo a la resurrección de Cristo. Este árbol y sus colocadores, sufrían las burlas e intentos de derribo de los hombres y mujeres mayores de la villa. Por lo que los quintos se procuraban hincarlo bien hondo y seguro. Para que no se lo pudieran tirar. En este pueblo los quintos compraban una serie de machos cabríos y/o carneros. A los que adornaban y ponían unas aguaderas en las que iban echando todo lo que iban recaudando por el pueblo. Especialmente embutidos, huevos, queso y vino. El martes de carnaval, los animales eran sacrificados. Y guisados por sus madres. Con la venta de las pieles de los animales estos mozos conseguían hacer, un día más de fiesta.

En Poyales del Hoyo, las madres desde sus casas, podían distinguir por las coplas que cantaban si eran cuadrillas de quintos entrantes o salientes. Pues en este pueblo las rondas las hacían tanto los quintos del año pasado como los del presente. Armándose grandes zaragatas entre unos y otros, cada vez que se cruzaban o encontraban en las tabernas y calles. En esta localidad, las familias que tenían un solo hijo, el servicio militar les suponía un duro revés. En estos casos, los desconsolados padres, solían recibir de los vecinos algún dinero o alimento a modo de ayuda.

En San Esteban del Valle, los quintos también compraban un carnero, el día de Todos los Santos. Al que colgaban dos cencerros. Uno en la cabeza y otro colgando de la tripa, con el que al atardecer daban una vuelta al pueblo haciendo “el borro”. A medianoche iban a las tahonas con sacos de castañas. Que asaban allí mismo y que luego iban dejando a puñados, en los balcones y ventanas o por las gateras, de las casas de las mozas y novias. Al día siguiente los quintos encendían una gran hoguera con leña de castaño. Que duraba tres o cuatro días, durante los cuales los quintos y las mozas se reunirían y harían animados bailes entorno a ella. El carnero terminaba guisado y comido por todos los quintos el martes de carnaval.

En Villarejo del Valle, a los mozos que les faltaba un año para entrar en quinta. Se les llamaba “Paganos”. Pues tenían la obligación de pagar una comida a los quintos de hogaño. También en Villarejo, como en la mayoría de los pueblos, se compraba el “borrego de los quintos”. Al que se adornaba con una vistosa escarapela y un gran cencerro o zumbo. Y que inmisericordemente, terminaba en el caldero con patatas para todos los quintos.

En la boscosa población de Casillas, el domingo, lunes y martes de carnaval. Las mozas daban “La Guindaleta” a los mozos. La Guindaleta consistía en una vez sujeto el hombre en cuestión, una moza le pasa un grueso palo por entre las piernas. Sujetando un extremo del mismo. Otra coge el otro extremo, subiendo al pobre hombre y bajándolo, para martirio y el de sus pudendas partes.

En Arenas las mozas hacen algo similar con los hombres en esos días. Pero dentro del contexto festivo del remate o final de campaña de la aceituna, “estercolándoles”. O lo que es lo mismo abonándoles como si fuesen un olivo más. Para que sean más productivos en el más amplio sentido de la palabra. Esto consistía en bajarles los pantalones y los calzones, llenándoles sus partes con tierra, paja y todo lo que pillaban.

Costumbres estas que nos indican que los carnavales tradicionales en la comarca de Arenas de San Pedro. Se daba igualdad de tratamiento a las mujeres como a los hombres. Pues si ellos las acosaban disfrazándose de Jarramaches, Machurreros, Potras, etc. Ellas hacían lo propio dándoles la guindaleta, estercolándoles o enjalbegándoles.

En la soleada villa de El Arenal, los quintos se también se disfrazaban de forma grotesca y amenazadora, Los Hornachos. Vestían con ropas viejas, la cara tiznada, collares de huesos, los dientes de patata. Asustando a los chiquillos y provocando a las mozas.

También elegían de entre ellos a El Vaquilla, como en Arenas de San Pedro. Que era el encargado de llevar las cuentas de cuantas cosas iban recogiendo los quintos por el Arenal. También se corrían los gallos, robaban las macetas o tiraban a las mozas y forasteros al pilón. Celebrándose con el mismo entusiasmo y boato, tanto a la partida de los quintos, como a su regreso. Antes de marcharse del pueblo, los quintos de El Arenal se juntaban para cenar todos juntos. La cena la hacían las madres con todo lo que habían recogido pidiendo por el pueblo.

El miércoles de ceniza. (O día de la vaquilla).

Era el final de la fiesta. En la mayoría de los pueblos las celebraciones se acababan con la misa y la imposición de la ceniza por la mañana. Pero en otras localidades se solía correr la vaquilla. Se trata de una capea satírica, en la que un mozo armado con una especie de carretilla, a cuyo extremo se le ataban unas cuernas de toro. Todo él cubierto con una tela negra o con la piel de una vaca desollada. Que recorría las calles del pueblo, acosando sobre todo a las mozas. A las que intentaba por todos los medios levantar las faldas.

A la vaquilla se la corría, lidiaba, le ponían banderillas, la picaban y al final se le daba muerte, simbólica. No sin antes haber pasado el armatoste, de unas manos a otras en un relevo de varias horas del que se encargaban los quintos. El Arenas de San Pedro aún recuerdan este día en el que en allí no había fiesta, , pero en el cercano anejo de La Parra sí. Así que buena parte de la juventud se subían a La Parra, donde el miércoles de Carnestolendas salía la vaquilla en animada capea teatral para diversión de todos. Además detrás de la vaquilla, había un animado baile en la plaza.

A finales del siglo XIX se incorpora al miércoles de ceniza la fiesta del entierro de la sardina, así como bailes de máscaras privados en los salones y casinos locales.

El entierro de la sardina se lleva a cabo por la tarde. En una caja a modo de ataúd se coloca una sardina de verdad o figurada. Tras ella de luto y con gran mofa y chufla va la viuda y los acompañantes que no dejan de llorarla. No falta tampoco el falso cura, que armado con una lata en la que echaban brasas y gomas, pimientos secos, trozos de cuernos o cualquier cosa que oliese mal llamado “Saljumerio”. A modo de incensario. Todos los acompañantes se visten de luto, pero de forma grotesca. Lanzando lamentos como si realmente les importase la muerte de la sardina.

El carnaval consideraciones generales:

Don José Luís Blanco Fernández. En sus reflexiones del posible origen de la fiesta del Pero Palo, en la vecina localidad de Villanueva de la Vera, Cáceres. Tras un concienzudo trabajo de investigación. Estableció evidente vínculos orientales, a estos carnavales. Muy parecidos por cierto al carnaval antiguo de Piedralaves, con su Maquilandron.

Para él los carnavales de estas tierras, son la representación del mito de Osiris. Que recordemos es asesinado y desmembrado. Hasta que su esposa Isis, busca los pedazos de su marido. Los encuentra todos menos el sexo. Cuando soluciona el problema, le devuelve de nuevo a la vida, devolviéndole de los brazos de la muerte.

Mito que está íntimamente relacionado, con la regeneración cíclica de la naturaleza. La tierra toda muere cada invierno. Pero vuelve a la vida en la primavera. Para asegurar que la primavera, no se olvidara de regresar. Se hacían estos y otros ritos. Cuyo fin no era otro, que el de ayudar para que el sol regresara un año más. Causalmente, las fiestas egipcias, en honor a Osiris. Se llevaban a cabo, justo en estas fechas.

La antigua Roma, también realizaba rituales y celebraba fiestas en esta época del año. De forma similar a los egipcios. Pero con algunos matices. Estos estaban más por los placeres terrenales y la inversión de roles. Para estos las fiestas estaban dedicadas al dios Saturno –dios infernal- y era la fiesta de fin de año. La llamaban Saturnales y coincidían con las fiestas Lupercales que festejaban el final del invierno.

En estas fiestas romanas. se llevaban a cabo todo tipo de transacciones liquidadoras y renovadoras. Siendo una fecha propicia para hacer augurios. Los oficiantes eran los “Fratres Lupercí”. Los había de dos tipos. Los Lupercí Faviani. Y los Lupercí Quinctiales”. Aunque todos ellos estaban bajo las órdenes de un magistrado. El estas fiestas lupercales –que se celebraban el quince de febrero-

El ritual incluía el sacrificio de un perro, cabras y machos cabríos. A continuación, las pieles de los animales sacrificados, se las ponían sobre sus desnudos cuerpos. Para continuar con un gran banquete. Tras el cual daba comienzo una grotesca carrera. Azotando con tiras de pieles a las mujeres. Con un sentido simbólico, propiciatorio de la fertilidad. Según la mitología romana, el dios Juno les aconsejó que azotaran a las mujeres, para provocarlas la fertilidad. Como hizo él cuando con las pobre Sabinas.

Los romanos también creían que de la cueva de Luperco –del infierno- Esos días salían los amigos de los pastores y más aún de los cabreros. Se representaban con cuernos, orejas puntiagudas, patas de cabra y mucho pelo. Eran de pequeña estatura, y siempre iban montados a lomos de una cabra. Azotando a cuantos veían con pieles de machos cabríos.

Pero ahora demos un gran salto en el tiempo. Y vallamos a la nebulosa edad media. Cuando el carácter libertino y pecador de estas fiestas. Chocó frontalmente con la moral y religión oficial católica. Sin embargo, y pese a los esfuerzos invertidos en su erradicación. Las antiguas fiestas agropecuarias, de renovación de la tierra. Se fueron manteniendo en el tiempo. Quedando en diferente situación, en función de la historia particular de cada población. Ya que la iglesia no actuó con el mismo. Sobre todo en aquellos lugares, en los que los carnavales, eran “sagrados”.

También intentaron controlar los excesos de la carne. Haciendo coincidir en esos mismos días, las fiestas de importantes Santos y Santas. Todos ellos relacionados con el culto a la naturaleza y a la salud. Como son San Antón Abad. San Blas. San Sebastián. Santa Águeda o la Virgen de la Candelaria.

De hecho el carnaval medieval comenzaba en la Epifanía –día tres de enero- y terminaba a mediados de febrero. Pero no tardó en ser recortado drásticamente a solo diez días al año. Desde entonces no pararon de firmarse leyes y ordenanzas, que intentaban en un principio limitar. Y posteriormente prohibir el carnaval.

Como la prohibición firmada por el rey Felipe IV, con diferente resultado en las provincias españolas. En lugares como este dónde era parte vital de sus moradores. Continuaron celebrándolo. Sin embargo en otros lugares, como las ciudades. El carnaval llegó a desaparecer. Posteriormente Carlos III en su reinado volvió a legalizar los carnavales. Introduciendo en la corte los Bailes de Máscara.

Fernando VII, prohibió que se celebraran los carnavales por las calles. Sin mucho éxito. Tal es así que la reina María Cristina, vuelve a permitir que se celebren los carnavales por las calles y plazas. Durante la maldita guerra civil y posterior dictadura. Los carnavales vuelven a prohibirse. Pero a pesar de haber pasado cientos de años de acoso y derribo contra el carnaval. Este siguió celebrándose en no pocos pueblos del Valle del Tiétar. Como pueda ser Guisando, Arenas de San Pedro, Piedralaves, o Pedro Bernardo entre otros.

Esto en cuanto a ordenanzas y leyes del reino. Ahora veamos que hizo la curia romana al respecto. Desde la alta edad media comienzan los sínodos y concilios, aconsejando en un principio la erradicación de los carnavales. Pero casi todos los estamentos y clases sociales, durante buena parte de esa etapa, hicieron oídos sordos a tales recomendaciones.

Pero a partir de la contrarreforma Tridentina, el carnaval ve limitadas ciertas licencias y libertades. Especialmente las que ridicularizaban o hacían satíricas críticas al clero. Es a partir de entonces cuando los carnavales más antiguos se quedan en el ámbito rural. Mientras que en las ciudades si no desaparecen, si se transforman en otra cosa diferente. Con todo en estas tierras siguieron festejándose los carnavales.

Aunque con un nuevo sabor religioso. Ya que la iglesia católica logro en buena parte, que se diera culto a los Santos del santoral. Consiguiendo además que se relacionara con la muerte. Y más concretamente con el alma del purgatorio a la que había que salvar. Con esa intención se recaudaba dinero en el ofertorio del martes de carnaval en Arenas de San Pedro. Mientras se tendía “La Bandera de Ánimas”. En Guisando por su parte, siguen realizando una procesión con su misa y todo lo que sea necesário para honrar a San José.

Costumbres que tienen un origen mucho reciente. Concretamente a partir del siglo XVIII. Cuando el obispado de Ávila se pone serio. Y decide tomar cartas en el asunto. Mandando visitadores por todas las parroquias de la provincia –que incluía toda la Campana de Oropesa y el Campo Arañuelo- Para tomar nota de todos los abusos que se estaban cometiendo contra la fe. Para que lo entendáis mejor. Os voy a poner el ejemplo de lo que vio e hizo, uno de aquellos visitadores, en la cercana villa de Montesclaros. Cuya parroquia pertenecía al obispado abulense el año mil setecientos treinta. Según consta en el Libro Becerro por el que se regían estas tierras.

El visitador no era otro, que el querido franciscano fray Pedro de Ayala. Y esta es parte de la carta que mandó al obispo, tras ver con sus ojos como festejaban en Montesclaros los oficios en honor a San Sebastián mártir. Dijo lo siguiente;

“… otro sí, que habiendo entendido su ilustrísima, que en la procesión que se hace el día de San Sebastián –en Montesclaros- Se ha introducido el indecente abuso de vestirse algunos con ridículos y extraordinarios disfraces, con que perturba la devoción de los fieles, y se ultraja la gravedad de una función tan seria. Por tanto acudiendo a su Ilustrísima en su remedio, manda que so pena de excomunión más ninguno en adelante asista disfrazado a esta ni otra función sagrada. Y menos permita que entre en la iglesia ni ermita. Y si no obstante lo intentase alguno, desde luego su Ilustrísima le priva del ingreso en ella, y no bastando esto, manda el cura que no pase a hacer la procesión bajo la misma pena, antes bien exhortará a los fieles que en dichas funciones asistan con la devoción y reverencias y compostura exterior e interior que requiere”

Lo mismo sucedió en otras muchas fiestas, como las de las Torres del Fondo. En cuyas romerías se organizaban verdaderas orgías, según cuentan los censores. Es curioso como los intentos gubernamentales para erradicar el carnaval, apenas tuvieron efecto. Mientras que la censura religiosa logró al final erradicar aquellos grotescos disfraces y máscaras, que acompañaban buena parte de los ritos invernales.

Pero no del todo. En Arenas de San Pedro siguieron saliendo las enmascaradas Jalbegaoras. En Pedro Bernardo los Machurreros siguieron acompañando y participando activamente en la procesión de San Sebastián. O lo más curioso, en Casavieja con sus mascaras llamadas Zarramaches. Las únicas máscaras que yo sepa, a las que les está permitido entrar en la iglesia, incluso actualmente. Y no solo entrar, sino ocupar un lugar relevante dentro de ella.

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